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LA MEMORIA
(por Gaspar Pérez Albert)


     Cuando queremos contar o explicar un hecho ocurrido tiempo atrás solemos decir: “Si la memoria no me falla”,  “Si la memoria me es fiel”, “Si mal no recuerdo” y otras frases por el estilo. Y todo por pretender expresar correctamente los recuerdos que intentamos relatar.

     Los hechos o acontecimientos, es decir las vivencias que componen nuestro ciclo vital, quedan grabadas en nuestro cerebro, o lo que es lo mismo, quedan retenidas en nuestra mente, y la memoria  es la facultad que posee la mente para volver a “sacar a la luz” ciertas vivencias grabadas en el cerebro, que vienen a ser las que más impacto causaron, quedando así guardadas, durante mucho tiempo, y a veces durante toda la vida. Las demás, aunque no todas, se van borrando con el paso del tiempo. Y a este respecto, no quiero dejar de señalar el uso incorrecto de la expresión “hacer memoria”. Para mí equivale a “recordar”, pues la memoria está hecha, por ser una facultad de nuestra mente, desde nuestro uso de razón. También hay quien confunde “recordar” con “memorizar”, por supuesto incorrectamente, puesto que esté último verbo significa grabar algo en la mente con firmeza, para que resulte imborrable, al menos por un tiempo determinado.

     Esas vivencias tan impactantes lo son por su gravedad, bondad, tristeza, alegría, etc. De ahí que los recuerdos o vivencias grabados en nuestro cerebro sean alegres o positivos o tristes y negativos, dentro de una clasificación básica y rudimentaria. La memoria los transporta de nuevo a nuestra actualidad, sobre todo los más alejados en el tiempo. A mí y a muchos más, de edad parecida a la mía, nos ocurre que recordamos con todo detalle experiencias y hechos de nuestra niñez o adolescencia y no alcanzamos a recordar lo ocurrido, como quien dice, antes de ayer. Tiene su lógica, puesto que los años jóvenes fueron, para casi todos, los más felices y la memoria, por naturaleza, echa mano de otra facultad mental, como es la inteligencia, y aunque parezca que ha olvidado determinados  recuerdos, debe tenerlos retenidos o escondidos porque, ante cualquier nueva situación o estímulo, los vuelve a mostrar y casi siempre tiende a traernos los recuerdos positivos, dado que los negativos, que suelen ser los que más tardan en borrarse y que incluso a veces duran toda una vida, cada vez que nuestra memoria nos los vuelve a enseñar, nos producen angustia y hasta nos atormentan. A nadie le gusta volver a sufrir por revivir tales vivencias, aunque, por desgracia, dichos recuerdos resultan muchas veces inevitables. Y a estas alturas de nuestra vida, todavía más, lo positivo es la tendencia natural en el comportamiento de nuestra memoria.

     Está claro que nuestra tendencia será a recordar las vivencias alegres y positivas de nuestra niñez y   adolescencia, es decir, de hace ya muchísimos años. Sin embargo estimo que nunca deberíamos sentir por ello nostalgia ni añoranza de nuestra época joven, puesto que la vida es como es y lo pasado no tiene retorno, y por eso creo que ahora, en nuestro día a día, deberíamos intentar ser felices en la medida posible y mantener siempre nuestro corazón joven, abierto a todos y repleto de ilusiones. Tal actitud nos ayudará a aceptar y mantener con mayor facilidad los buenos recuerdos que nos suele traer la memoria y nos dará fuerzas para rechazar, en su mayor parte, los recuerdos negativos. Ese deberá ser nuestro reto cara al futuro.

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