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Manuel Gisbert Orozco

 

SENDERISMO

LA VIA VERDE

(por Manuel Gisbert Orozco)


Eran las 9,30 del día 3 de abril y ahí estábamos todos en el sitio acordado. Del autobús bajaron alrededor de 40 viajeros y los restantes, hasta 65, aparecieron como setas de dentro de los vehículos allí aparcados. Hay que añadir a un bebé que apenas sobrepasaba el año de vida y que esperaba disfrutar de la experiencia cómodamente sentado en el carro que impulsaría su padre. El reino animal, si de él excluimos a los humanos que no debiera, también estaba representado por “Tito” un magnífico ejemplar de can. Vista la variopinta asistencia se han terminado las excusas. A partir de ahora les quiero ver a todos en las próximas salidas, y no me vale que tengan a la suegra en casa o que al loro no lo pueden dejar solo, pues queda demostrado que sitio hay para todos.

 

Después de las presentaciones, encuentros y besos por doquier nos hicimos la foto de rigor delante de la fachada del viejo campo del Collao y emprendimos la salida. Dimos un corto rodeo, para evitar atravesar la carretera que conduce a Bañeres, y nos incorporamos a la Vía Verde un poco mas adelante. Ya desde entonces un débil cefirillo que soplaba de cara nos traía los efluvios de los churros recién hechos en el mercadillo que no tardaríamos en atravesar.

  

  A partir de ahí la carrera dejó de estar controlada y rápidamente, Antonio y Josele se destacaron en cabeza poniendo un ritmo trepidante, y el pelotón se fue alargando de forma inexorable. Pasamos por la fuente de Don Mario sin pararnos a beber e incluso puedo jurar que algunos ni la vieron. Tampoco nos paramos para ver a los nudistas y eso que más de uno llevaba los prismáticos en la mochila, pero pasamos por el puente del "Barranc del SALT" como troncos en río revuelto (por no emplear otra expresión más valenciana) y parecía que el mismo diablo venía pisándonos los talones. Finalmente y no sin esfuerzo pude detener a los briosos corceles que iban en cabeza y el pelotón pudo reagruparse. Al llegar al puente de las Siete Lunas nos desviamos rumbo al “Racó de Santbonaventura”

 

El lugar es magnífico. Una pequeña planicie cubierta de chopos y atravesada por un riachuelo (el río Polop) que aparece a partir de una cascada situada en el fondo del rincón. Nos sentamos en unas mesas dispuestas al efecto y degustamos el almuerzo que habíamos traído. El que más disfrutó fue “Tito” que se metió en el río y se revolcó en donde le vino en gana porque no tenía un panical a mano. Íbamos por delante del horario previsto, lo que nos permitió alargar el descanso y disfrutar de los alrededores.

  

Regresamos al “Pont de les set llunes” para reanudar la senda por el mismo sitio en donde la habíamos dejado anteriormente. El trayecto se había alargado en tres kilómetros.

  

Nos tomamos las cosas con más calma y esta vez si pudimos disfrutar del paisaje. Desde diferentes puntos de la Umbría del Manco se podían ver distintas vistas de la ciudad de Alcoy, que como postales quedaban enmarcadas por las ramas de los árboles que nos rodeaban.

 

Poco antes de llegar a la carretera que sube a la Fuente Roja y que pasa por encima de la Vía Verde, nos desviamos  por un estrecho sendero situado a la izquierda para tomarla. Antes tuvimos que rescatar a los briosos corceles de cabeza que habían atravesado la meta y corrían desbocados. Nos concentramos en el bar del Polideportivo Municipal para recuperar a los retrasados, refrescarnos y restaurar fuerzas en nuestros maltrechos cuerpos.

 

Aun nos quedaban un par de kms. hasta alcanzar la sede de la Filá Realistas en cuyos locales nos estaban preparando una suculenta comida. El trayecto por la ciudad no tuvo desperdicio. Pudimos contemplar el templo de Mª Auxiliadora, la plaza de la universidad, la sede del CADA y un par de hermosas casas modernistas en la calle Juan Cantó.

 

La comida fue perfecta. Un número más que suficientes de camareros no nos daban tregua, sacando los platos del menú al ritmo adecuado. Me ahorro los detalles para no dar envidia a los lectores que no acudieron. Mientras tanto “Tito”, desde una terraza anexa para disfrute de fumadores, nos deleitaba con sus ladridos. Una bandeja de frutas variadas, tan abundante que hasta sobró, un café o una infusión acompañado de un herbero de la Sierra de  Mariola fue el colofón.

 

Hasta la próxima.

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