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RAZÓN O CORAZÓN
(por Francisco L. Navarro Albert)


     No pocas veces nos situamos en nuestra personal tribuna para, desde ella, reivindicar con todos los argumentos a nuestro alcance que la RAZÓN está de nuestro lado, como si ése hecho fuera suficiente para demostrar nuestra prevalencia sobre el otro, dejando de lado que en las relaciones humanas no podemos ignorar que hay, también, que considerar ése otro concepto que tiene que ver con la sensibilidad y que, al menos literalmente, guarda relación con el primero.

     Hablo del CORAZÓN, no en su aspecto meramente fisiológico como motor del cuerpo humano, sino en ésa otra dimensión que le asignamos como identificador de los sentimientos y que posibilita el que, a veces, nos permitamos hacer más uso de él que de la RAZÓN. Como sucede en tantas cuestiones de la vida, en el término medio se debe encontrar el equilibrio en la aplicación de ambos, RAZÓN y CORAZÓN, lo que no obsta para que, en determinados casos y dependiendo de cada persona, haya una mayor desviación hacia uno u otro. Así, aplicando solamente la RAZÓN, por ejemplo, no aportaremos nada a quien ha tenido la desgracia de perder a un ser querido, aduciendo frases como: “era muy mayor”, “ha dejado de sufrir”, etc… si, por el contrario nos fundimos con la persona en un fuerte abrazo, e incluso lloramos con ella, habremos hecho uso del CORAZÓN y puede que hayamos conseguido aliviar el dolor por el hecho de compartirlo.

     Si de algo necesitan hoy en día las relaciones humanas es de CORAZÓN; sentirse próximo al otro, hacer su problema nuestro, antes que sopesar los pros y contras, los beneficios y perjuicios o tantos otros aspectos que, pese a su carácter aséptico, no van a aportar al que necesita ayuda otra imagen que la de un rostro más o menos impasible que está diciendo: “apáñate como puedas, que bastante tengo con lo mío”.

     Así, para poder desenvolvernos en la sociedad, hemos inventado las leyes que, teóricamente, deberían contribuir a mejorar el bienestar de todos los que la integramos, pero se ha hecho de tal manera que, carentes de CORAZÓN, cuando se aplican en su sentido literal son terriblemente injustas porque olvidan que el hombre es algo más que un nombre en un registro. Se da el caso paradójico de que los ciudadanos, en cuanto a personas individuales, somos capaces de actuar generosamente, con CORAZÓN, cualidad que se va diluyendo a medida que los engranajes del sistema que hemos creado se van haciendo cargo de los asuntos y, con ello, los integran en la “maquinaria oficial” donde pasan a ser considerados, tan sólo, elementos que forman parte de un conjunto inanimado, puesto que se han convertido en datos y ¿acaso hay algo más frío que estos?

     Bien está que utilicemos la RAZÓN en investigaciones y en debates filosóficos; bien que practiquemos en ella para ser capaces de aportar soluciones a las respuestas que se nos plantean. Mal haríamos, sin embargo, separándola del camino del CORAZÓN , alejándola de esa parte de humanidad que hace posible que, pensando de manera distinta, seamos capaces de aceptarnos unos a otros, sin que las diferencias sean otra cosa que oportunidades para seguir avanzando en el conocimiento mutuo.

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