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CUANDO NUESTRO DEMIURGO CALLA...

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


Cada cual es quien es y no puede dejar de ser quien es. Podemos dudar del testimonio de nuestros sentidos; pero nunca de la conciencia de que existimos como seres conscientes. Siempre me gustó hablar con mi padre del poder personal, de la fuerza modeladora que tienen las ideas, de los cambios que una persona llega a tener y del YO SOY YO AQUÍ Y AHORA.

– Cuida mucho tus pensamientos, y no olvides los aforismos psíquicos: Tal como un hombre piensa, así evoluciona y, por consiguiente, así acaba siendo–, solía decirme. –Todo pensamiento se convierte en acción.  Procura, pues, que tu mente sea siempre un cielo límpido y sereno. Al respecto, esta pudo ser la recomendación de mi padre que más respeté. Y en algo debió de convencerme, porque de mayor, no teniéndole a él, busqué en Platón las causas o fuentes que me permitieran mantener confiada expectación en el resultado de mi obediencia paterna.

Por lo que después diré, he consultado de nuevo a Platón, esta vez para saber algo sobre el Demiurgo, de quien no había oído hablar. Y según dice, el Demiurgo contemplaba las ideas y utilizándolas como modelo, intentaba plasmarlas en la materia, y así, todas las cosas del mundo material han sido creadas a partir de unas formas, moldes, arquetipos o paradigmas que Platón denominaba Ideas o Formas, entidades independientes de la mente humana. Una idea es, por lo tanto, como el espectáculo mental de una cosa, bien sea su forma, su relación con las cosas sensibles, como causa o fuente de verdad, pero no son nunca la realidad.

Así que, la materia informe y las ideas son, pues, anteriores a la acción del Demiurgo, lo que muestra la distancia de esta concepción respecto del punto de vista cristiano para el cual Dios crea el mundo de la nada. El Demiurgo, igual que el Dios cristiano, tiene una dimensión providencial pues producen las cosas naturales introduciendo en éstas una finalidad, aspiración o apetito que les lleva a buscar siempre su propia perfección o bien.

Es que, hace unos días, cayó en mis manos la entrevista que Arthur Gordon, joven periodista norteamericano, le hizo al británico Rudyard Kipling en 1935. El visitante buscaba orientación profesional y, por toda respuesta, Kipling, señalándole el sofá que había en el despacho, dijo: –Ahí me recuesto a esperar que el Demiurgo me diga lo que he de hacer. Y, ante la extrañeza del joven, le aclaró: –Llámelo intuición, subconsciente, como quiera. No me ayuda siempre; pero hace ya tiempo que me he dado cuenta de que conviene esperarlo hasta que él acuda. Cuando nuestro Demiurgo calla, su silencio equivale a un no. ¡Ojo!, se me olvidaba, antes o después, había dicho: –El individuo tiene que luchar para que no le absorba la tribu.

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