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LE DIRÉ... 
(por Ana Burgui)


     Le diré que es una herida para mí; su comportamiento, su forma de tratarme con ese vacío que produce frente a mí con esa indiferencia y esa falta de atención, es una herida sí, que apenas parece que empieza a cicatrizar cuando de repente se abre de nuevo y comienza a sangrar. Cuando llevo tiempo sin verlo o sin hablar con él parece que empiezo a olvidar todo lo que me ha hecho sentir, retomo los días de mi vida y empiezo a caminar por ellos llenándolos de cosas para hacer, cosas con las que olvidar cómo me siento; pero cuando una fotografía suya aparece enredada entre otras dentro de un álbum o en un cajón, una palabra o un gesto que se desprende de la radio o de la televisión le trae de nuevo a mi mente, se me abre la herida.

     Ahora sé lo que tengo que hacer, aunque me ha costado mucho tiempo tomar esta decisión entre la paciencia y la resignación –que ahora no sé bien lo que significa–, y una esperanza de cambio que nunca se produjo, pasaron los años y yo me encontré atrapada en una situación de la que no podía salir por dependencia afectiva y económica. Vivía en otra ciudad distante de mi familia y el contacto telefónico no me ayudaba gran cosa. Los consejos se perdían en el hilo del teléfono porque lo que yo necesitaba era una presencia física en la que apoyarme y llorar en un abrazo todo mi pesar. Afortunadamente fue una vecina la que de forma casual me ayudó a subir las cosas del supermercado y una vez en la cocina ante una taza de café, que preparé agradeciendo su ayuda, me derramé en lamentos y llantos. Ella me escuchó, sabía escuchar, en silencio, asombrada, confusa e indignada; exteriormente todo tenía otro color. Su determinación y claridad de ideas me dio tranquilidad y ánimo. Hablamos largo rato, le explique el fondo y trasfondo de muchas situaciones. Se despidió de mí asegurando que se iba a informar de los pasos a seguir y yo quedé esperanzada en un rincón con la duda y el miedo por compañía.

     A los pocos días coincidí con ella en la escalera, me dijo que aún no sabía nada de los pasos a seguir pero en cuanto lo supiera me lo diría. De nuevo volvió la incertidumbre pero ahora ya se había plantado en mí la semilla de la resolución, ese estado de ánimo que va creciendo en el interior de uno mismo, y aunque tenía que tirar fuerte de mí misma estaba más decidida que antes. Pasé una semana entre la ventana de la cocina y la mirilla de la puerta de la calle y por fin la ventana de la cocina dio resultado, bajé a su casa, toda la información que me dio era sencilla, clara y parecía hasta fácil, me puse en marcha. No es fácil ahora, después del tiempo transcurrido, volver a recordar los pasos que seguí cuando lo que he querido es olvidarlo todo, borrarlo como si no hubiera sucedido pero eso no se puede hacer; podemos olvidar escenas, palabras o frases, situaciones enganchadas en el tiempo pero no podemos olvidar el sentimiento que nos han producido. Ese se queda en las tripas.

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