Índice de Documentos > Boletines > Boletín Enero 2012
 

EL TURISTA SENTIMENTAL Y LAS IGLESIAS PEQUEÑITAS
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


Hoy cuando se hace un viaje, se hace a lo grande, lo normal es cruzar el mundo de parte a parte, bajar del avión y encontrarse en Tailandia, o en Méjico o en Jamaica… apenas quedamos ya “turistas de interior”, turistas de los años 60, sentimentales.

  

El turista sentimental, no va tan lejos, por lo general viaja en su coche, es un espíritu sedentario, de pequeñas aventuras. Antes mira la presión de las ruedas, los papeles del seguro, el teléfono de la asistencia en carretera, comprueba el “limpia”, le pasa un trapito al coche y sale de casa tempranito con un mapa Michelin en el salpicadero. Vamos pendientes de la ruta: “Ahora viene  Mota del Cuervo…” “Ahora cogemos la M-50, a la izquierda, dirección Extremadura… y a la altura de Navalcarnero, la de la Coruña

 

Generalmente somos gente de poco gastar, se compara el precio del menú y si incluye el pan, la bebida y el postre y acordamos con los acompañantes “Aquí hay de postre, natillas, helado y fruta del tiempo ¿Qué os parece?…” y además se compra un regalito para la parentela, un detallito, poca cosa.

 

Y sin embargo este turista es un ser sensible, que sabe gozar la esencia profunda de una ciudad, adora los barrios antiguos, las calles estrechas y silenciosas de adoquines y escalinatas donde puede surgir todavía al caer la tarde el Comendador de Ocaña o el Duque de Osuna, goza con los rincones bohemios de los barrios viejos (con su meadita de borrachín nocturno), los zaguanes con una portalada de madera vieja que han caído en decadencia, los balcones melancólicos de casonas abandonadas, los soportales de la plaza mayor o el tintineo festivo de una campana.

 

          Pero sobre todo somos románticos, apasionados visitadores de iglesias, las iglesias son lo nuestro. Primero la catedral y luego esas iglesias pequeñitas, pobres e inesperadas que hay en mitad de una calle, dedicadas a una Virgen. Sentimos una irreprimible y enfermiza curiosidad de entrar, de ver, de oler, de sentir. Chirrían los goznes de la puerta rasgando cruelmente el silencio. Aquí y allá unas señoras con el pelo color canela, muy cardado, bisbisean unos padrenuestros, son señoras mustias, santurronas, llenas de misticismo y propensas al tránsito espiritual, con su bolsito de mano en el regazo.

Los bancos de las iglesias crujen violentamente. ¿Por qué crujirán tanto los bancos de las iglesias pequeñitas? Las señoras mustias y santurronas se vuelven y nos miran y nosotros le decimos a los acompañantes “Chisssst… no haced ruído” y en ese momento se siente uno un intruso salvaje que ha roto la soledad y el quebradizo silencio de la santa casa.

  

Nuestros viajes son de 3/4 días, y al regresar el turista sentimental, llena el depósito de gasolina, le pasa otra vez el trapito al coche y saca de nuevo el mapa Michelin, todavía sin plegar, porque el problema de los mapas es volver a plegarlos como estaban antes. Y vuelve a comentar: “Iremos por la M-50, siempre dirección Madrid…” ya de vuelta, como persona sencilla y sedentaria que es, siente ya el calorcillo del hogar, del sofá y del radiador y al llegar a casa se pone la cena en una bandejita, (aunque nosotros los románticos somos de poco cenar) “¿Esta noche tenemos “cine español” en la tele…?”. No solemos ser hombres de grandes aventuras. Yo tengo asumido que me iré al otro mundo sin haber llegado a poner los pies en Jamaica.

Volver