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EN UN ESTRECHO PASILLO
(por Ana Burgui)


“Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mi labio una frase de perdón;

habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.
 

Yo voy por un camino; ella, por otro;

Pero, al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: -¿porqué callé aquel día?

y ella dirá: -¿porqué no lloré yo?”

                                  Gustavo Adolfo Bécquer

María se apoyó en la barandilla de la escalera mientras leía la nota que había sacado del sobre que estaba en el buzón de correos, no tenía remite pero la dirección estaba bien puesta, iba dirigido a ella, miro el matasellos y sólo hacía unos días que habían enviado la carta o mejor dicho el anónimo.

  

¿Quién podía haber enviado esto? Era una poesía que se había intercambiado con Javier al principio de conocerse, hace ya muchos años en el instituto, fue cuando empezaron a salir de ahí se generó un noviazgo, luego una boda y hace unos meses un divorcio, había pasado mucho tiempo. Se dirigió hacia el ascensor confusa y aturdida. Al entrar en su casa dejó las bolsas de la compra sobre la mesa de la cocina y se sentó allí mismo ante la mesa; volvió a mirar el escrito, por supuesto no había ningún rastro personal, una cuartilla blanca, unas letras impresas en ordenador y ya está.

  

Desechaba la idea de que el mismo Javier la hubiera  enviado, seguramente ni recordaba la poesía sobre la que hablaron tantas veces analizando los matices de las palabras sentados en un rincón de la biblioteca, hablando en voz tan baja que casi estaban susurrándose al oído; entre miradas, sonrisas y silencios. De pronto le vino a la memoria la presencia de Pedro, sí aquel muchacho era una especie de sombra que te podías encontrar en cualquier momento y lugar sin esperarlo, siempre estaba cerca ahora lo recordaba, era pelirrojo, alto y flaco y era el único que podía conocer el significado que tuvo esa poesía. Sonó el teléfono el primer impulso que sintió fue el de no contestar, aun así, no haciendo caso de su instinto se levanto y contestó: -¿dígame?- transcurrieron unos segundos en silencio al cabo de los cuales se produjo el sonido característico de la línea al colgar.

  

María quedó preguntándose sí habría sido una equivocación. Fue a arreglarse, tenía que entrar a trabajar, una vez preparada salió de su casa y esta vez cerró la puerta con dos vueltas de llave. Salió a la calle y caminando se dirigió al centro de trabajo, no estaba muy lejos y necesitaba caminar para pensar y poner un poco las ideas en orden, tenía que reconocer que estaba inquieta pero ¿por qué? ¿simplemente por un anónimo que era una poesía de su juventud? Desechó la idea y empezó a fijarse en los escaparates de la calle, en el tráfico en el semáforo que tenía delante. Mientras esperaba para pasar se giró y pudo ver dentro de la tienda de la esquina una silueta masculina alta, delgada y pelirroja.

  

María no cruzó ese semáforo se quedó allí plantada intentando averiguar si aquella silueta era la de Pedro, hacía mucho tiempo que no lo veía y habría cambiado claro, sus dudas se disiparon pronto aquella figura se acercaba a su encuentro, quedaron frente a frente y ella le reconoció totalmente, Pedro dijo: me ha costado mucho contigo.

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