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La Palabra

Francisco L. Navarro Albert ____________________

 

 

 

 

La palabra sirve para identificar algo, construir frases para expresarnos y comunicar con los demás, aunque no pocas veces sirva al que escribe para reflejar sus frustraciones, melancolía, enamoramiento, sin que se haya previsto lectura por parte ajena.

     Sea cual sea el uso que se da a la palabra, la gramática nos ofrece un conjunto de reglas que permiten que cada una de ellas y las expresiones que forman tengan su significado propio, cosa imprescindible para la interpretación adecuada, en parte debido a que se utilizan palabras iguales para designar cosas distintas, así como puede suceder que una palabra o frase fuera de contexto adquiera un sentido totalmente opuesto al pretendido.

     Hablando de esta cuestión, me viene siempre a la mente la palabra vela, tan común y con significados o usos tan variados como: vela para iluminar, vela para navegar, vela como acto de guardia del centinela, vela como acto del que se prepara a ser armado caballero, estar a dos velas y más ejemplos, que no merece la pena reseñar.

     Recuerdo con absoluta claridad a mis profesores de lengua (más que profesores los definiría como “maestros” por la gran capacidad de transmisión de conocimientos con los escasos medios disponibles) y su hincapié en que no olvidáramos aquello de: sujeto, verbo, y predicado, que entonces se nos antojaba difícil y no muy útil, aunque después se ha demostrado la imposibilidad de utilizar correctamente el lenguaje prescindiendo de su aplicación.

     Y esto que entonces parecía extremadamente complicado, a fuerza de ser utilizado de modo habitual en la escritura ha llevado, con el tiempo, a un modo de expresión en el que todos esos conceptos se ordenan adecuadamente sin que sea preciso hacer un esfuerzo adicional al construir una frase. (Aunque bien cierto es que en alguna ocasión el aprendizaje fue a base de aquello de: “la letra, con sangre entra”).

     No se demuestra hoy, sin embargo, un interés muy acentuado en el uso de la palabra y, mucho menos, de la ortografía y no digamos la caligrafía. Parece que la b y la v, así como la h o su ausencia, la y o la ll, se escapan a la razón hasta tal punto que ni siquiera los profesionales de la comunicación se libran, habiendo dado lugar incluso a libros dedicados al gazapo, como si fuera -casi- una expresión artística.

     Mas si pensábamos que la cosa era seria, su gravedad aumenta con las nuevas tecnologías, pretendiendo acortar los textos adoptando expresiones que eliminan vocales, incluyen consonantes y signos extraños, haciendo el texto ininteligible para quien no se haya actualizado en este nuevo “idioma”(¿?). Esto, aderezado con la pobreza habitual del lenguaje, en el que una expresión no parece buena si no dispone de una adecuada ración de tacos y palabras malsonantes, se aproxima más bien a un intento de arruinarlo que al progreso y avance que cabría esperar en una sociedad desarrollada.

     ¿Podemos hacer algo? ¿Para qué?, dirá más de uno. Bueno, nadie está obligado a ello, pero la belleza de un texto proporcionado, con cadencia, construido con expresiones claras e inteligibles siempre tendrá la oportunidad de ser leído hasta el final. Al menos, eso es lo que intento y me gustaría conseguir  de quienes prestan atención a mis escritos.

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