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El Norte y el Sur

José A. Marín Caselles ____________________

 

 

 

 

La expresión Norte y Sur, como concepto simbólico, nos traslada a una idea de frontera, de separación de dos mundos por una profunda brecha económica, social y cultural: desarrollo y subdesarrollo, riqueza y pobreza, bienestar y angustia. Al amparo del concepto Centro – Periferia[1]  de la economía política, se acusa con frecuencia al Norte de enriquecerse a costa del Sur, empobreciéndolo. No son zonas blindadas porque existe relación entre ambas, asimétrica pero existe, y se influyen mutuamente, se penetran. Ni son zonas estáticas, porque hay trasvases del Sur al Norte, como los NICs (New Industrial Country), o Tigres Asiáticos como Corea del Sur, Taiwan o Singapur. Los términos Norte y Sur son difusos e imprecisos como lo es la línea que los separa: hay barreras y barreras. Abismo o simple distancia. Es un concepto global que se encarna en muchos ámbitos territoriales: no es lo mismo el norte de Europa que el Sur, ni el Norte de España o Italia que el Sur, ni el Norte de África o de América que el Sur, es decir, no es lo mismo el Norte del Norte que el Sur del Norte ni es lo mismo el Norte del Sur que el Sur del Sur. Interesa ahora el contraste cultural Norte - Sur en Europa.

  

     Países del Centro y Norte de Europa como Alemania, Suiza, Holanda, Suecia, Noruega o Finlandia son distintos a Países del Sur como Italia, España, Grecia y Portugal. Estando ambos grupos integrados en el concepto Norte, les separa una brecha socioeconómica y cultural que ni los mismos gobernantes del Norte se esfuerzan en ocultar o disimular: “Estos PIGS[2]  derrochadores, gastan lo que no tienen, provocan déficit y deuda y nosotros les tenemos que rescatar.” Son comentarios que repiten en privado y que los medios reproducen sin pudor. En el Norte estarían los países ricos, con más de 10.000 euros de PIB per cápita de media superior a los del Sur, con ciudadanos fríos y calculadores, disciplinados, austeros y muy trabajadores: viven para trabajar (tuve ocasión de comprobarlo personalmente en mis veranos de estudiante en una fábrica de Grevenbroich, Alemania). En el Sur, por el contrario, serían apasionados, díscolos, alegres, vanidosos y derrochadores que se esfuerzan lo justo: trabajan para vivir. Según esta tesis esas virtudes y defectos se reproducirían en las instituciones estatales: sociedades con alto rango ético en el Norte alumbran gobiernos disciplinados y austeros mientras en el Sur, con crisis de valores y la corrupción instalada en la sociedad, proliferan los gobiernos derrochadores y los políticos corruptos. ¿Son solo prejuicios apriorísticos? Parece que no. Al margen de condiciones climáticas distintas, recursos naturales desiguales, diferentes patterns[3], existe una base cultural que ahonda sus raíces en factores religiosos del siglo XVI, como veremos.

  

     En el Centro y Norte de Europa se extendió la religión protestante, luteranismo y calvinismo principalmente, mientras que el catolicismo arraigó en el Sur[4]. Por la idea de la predestinación calvinista todo el mundo está destinado a servir a Dios y a incrementar su Gloria en el mundo. Solo la Gloria de Dios importa. Una parte de la humanidad se salvará y la otra no. Ningún cristiano sabrá nunca en qué lado está. Por tanto ha de llevar una vida permanentemente santa, renunciando al disfrute de la vida de los instintos, el dinero, la ostentación y el lujo, para asegurar su estado de gracia. No se trata de luchar contra la riqueza y el lucro sino contra la dependencia de la riqueza y del dinero. Al católico sin embargo, mediante los sacramentos, confesión y comunión, se le perdona la “pena eterna” de sus pecados, que le llevaría al Infierno y, mediante las indulgencias por buenas obras, también la “pena temporal”, inseparable de la anterior, que le abocaría durante un tiempo al Purgatorio. Los creyentes para Calvino han de hacer el camino solos, sin ayuda de sacramentos. No bastan las obras buenas aisladas, solo la vida ejemplar y virtuosa, de trabajo infatigable. No pueden conocer la certitudo salutis, la seguridad de su salvación, si su fe es suficiente o no, pero sí pueden perder el miedo a esa incertidumbre con una vida íntegra. Recordemos que estamos en el siglo XVI, en un mundo teocrático donde el enorme poder de la iglesia penetra con sus  tentáculos todos los rincones de una sociedad que vive su religión más desde el temor al Dios del juicio final que desde el amor a un Dios bueno y misericordioso. Los católicos del Sur, tras una confesión sincera y la indulgencia plenaria saben que tienen abiertas las puertas del paraíso. Por eso pueden vivir al día, disfrutar y dilapidar dinero. Saben qué hacer para salvarse y lo controlan.

  

     En el catolicismo el trabajo productivo no tiene una dimensión religiosa, solo es necesario para la conservación de la vida del individuo y de la comunidad; incluso la vida del monje asceta, apartado del mundo, se aprecia como el nivel más alto de virtud cristiana. Para los calvinistas del Norte la profesión, la ocupación, el trabajo, (el “Beruf”), son gratos a Dios y dotan de base religiosa y buena conciencia a la actividad de enriquecimiento empresarial si se consigue de forma legal porque el hombre es solo administrador de su riqueza, de la que no puede disponer caprichosamente y ha de dar cuentas a Dios. El católico ha de aceptar su situación, sea la que sea, porque es el designio de Dios y cualquier posición es buena para salvarse. Eso revela conformismo y resignación. Por el contrario luteranos y calvinistas entendían la profesión como actividad económica constante, lo que denota laboriosidad y desvelo, con soporte moral y religioso: “la riqueza debe producir riqueza para el servicio de Dios, no para intereses individuales”[5] . Riqueza y lucro, como resultado del esfuerzo personal y de una vida exenta de culto a las criaturas mundanas, cobran sentido, pues, por la función de acreditación del estado de gracia en que se insertan.

  

     Una educación de siglos en el valor sagrado del trabajo, de la vida austera,  de renuncia a la divinización del dinero, la ostentación y el lujo, crítica con Roma, ha levantado una frontera económica, religiosa y cultural en Europa, que las armas del Sacro Imperio contra los príncipes cristianos de la Reforma quisieron derribar ya en 1547 en Mühlberg y después en sucesivas guerras de religión que tiñeron de sangre ambos mundos. El Norte y el Sur existen también en Europa; se han escrito con dos espadas que han traído muerte y destrucción: una al servicio de Roma. La otra contra Roma. Ambas en el nombre de Dios y en constante lucha por conquistar para sí la residencia del Poder.

 

     Max Weber “ve en esta ética protestante, como actividad económica que busca la riqueza y el beneficio como fin en sí mismos, los fundamentos morales de la mentalidad económica capitalista”, origen y causa de brechas de injusticia y desigualdad en el mundo, que los gobiernos habrán de corregir. Porque no es la libertad de empresa lo pernicioso, ni el sistema, ni el mercado, sino su desregulación, la especulación financiera y el dogma que con ellas han construido gobernantes destacados e influyentes como Alan Greenspan, presidente de la Federal Reserve americana.

 

                                                                             

[1]  La periferia (colonias y países pobres) son colonizados por las metrópolis y los países ricos (el Centro), esquilman sus materias primas, las transforman y, con un valor añadido abusivo, se las vuelven a vender aumentando su pobreza e intensificando su dependencia..

[2]  PIGS: cerdos. Término despectivo referido a los países del Sur de Europa: Portugal, Italia, Grecia, España (con Irlanda PIIGS), puesto en circulación por Financial Times, que sufren graves problemas de recesión económica, paro, déficit presupuestario y deuda y que necesitan la solidaridad de Europa.

[3]  KROEBER: “Los pueblos tienen y transmiten modelos culturales de conducta propios: patterns, ”

[4]  Grecia abraza la senda ortodoxa desde que Miguel Cerulario, de Constantinopla, rompe con Roma.

[5] Max Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Alianza Editorial, 2001.

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