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Cuento con mucho cuento

Gaspar Llorca Sellés ____________________

 

 

 

 

En paseo matinal cruzo la calle ciudad de Valencia, justo alcanzo el bordillo ante una frutería verdulería. Contemplo con regocijo el bodegón en el que han posado unos rojos bermellones pimientos, de talla baloncestista, junto a unos higos obscenos por su verdura y bíblicos por antigüedad, tomates rojos también de bandera nativa que con sus tocayas las patatas fueron empadronadas en el registro de los tanto monta monta tanto, calabazas y calabacines, o sea de universidades y de institutos, y uvas, blancas y negras, que alegran los corazones que no preguntan y les importan un bledo sus etnografías, naranjas y mandarinas, venidas del mandarín trayéndonos su acidez dulce y refrescante y la pasión por la pirotecnia, que los valencianos elevaron a su mayor gloria con las fallas. En el vídeo contemplativo parece que me hablan todos los productos a la vez y creo entender a cada uno, hasta el ristre de ajos parece moverse demandando su siempre actuación en todo bodegón que se  creyese digno de esa categoría, al que acompaña la llorosa cebolla con sus faldas verdes de largo vuelo, y nuevos intrusos como el kiwi y la papaya. Qué maravilla, oriundos de todas partes del globo, y juntos compiten con  sus encantos, y el jugo gástrico, que no entiende de razas ni pueblos, abre sus compuertas e inunda las pituitarias gustativas, que se comunican con el seso, o el sexo que es como el seso. No llego a tanto, pero lo disfruto como dibujo inocente e infantil y el colorido junto a la claridad de ese cielo, pero del cielo de aquí, que no es como el de allí ni mucho menos, igual que la luna de Valencia, ¿Cómo va a ser igual? puede que la misma, pero cuánta diferencia.

  

     Y en esa locura donde se mezclan tantas cosas, reales e imaginables, recuerdos y presentes, beatitud y cara de memo, interrumpe en mi flojo cerebro, aniquilando tanta sensación indefinida, unas voces procedentes del establecimiento:

  

     ¡Tres catorce! ¿Cómo? Que tres catorce. ¡Cóbrate!

  

     -Y dieciséis- digo yo, alargando un poco el pescuezo y metiendo la testa en lugar de la  transición, sin pedir ni parte ni cuarto. Sonrío y como tortuga retraigo y amago la curiosa, siguiendo en la vía pública, libre de cargos y recargos, si bien unas ondas sonoras se introducen en mis trompas, digo en las trompas de Eustaquio que también son mías, y dicen:

  

     - ¿Que quiere el tío ese? ¡Oiga, decía usted!

  

     - Yo digo PI, nada más que eso, grito desde fuera.

  

     - Pi en valenciano es el pino del castellano. Y aquí no hay pinos ni alcornoques, (con perdón, y suplico al recordar un profesor que a los humildes de retención nos tildaba de “cabezas de alcornoue”)

  

     - ¡Ah! si usted es extranjero tenga la amabilidad de traspasar el plano movible que divide este acogedor cubículo del resto o sea de lo otro, y ya en esta estancia mi joven ayudante intentará suscribirle o traducirle, no lo sé, nuestra forma de comunicarnos.

  

     Ya en el cara a cara, el aprendiz, digo el becario de la verdura, apoyado por la confianza de su patrón y amo, deja de apilar cajas llenas de flora y sentando cátedra, expone:

  

     -Tres, catorce y dieciséis, aquí y en Pekín son cantidades y se refieren a dinero  que el señor súper recibe por la venta o la permuta de la posesión de este vergel aquí presente, a todo aquel que desea adquirirlo. Y no hay otra cosa señor, y por su porte honorable no creo se cachondee de nosotros pobres hijos de la ignorancia y la osadía. ¡Bendito enlace!, la paternidad del osado nos hizo atrevidos y triunfamos.

  

     -¡Buenos días y perdón! Soy el despiste en persona, y cualquier estancia llena de gente y con un solo interlocutor que manda y dirige,  me acontece que es un aula llena de estudiantes y el de la tarima el profesor impartiendo su clase. Y ahí mi intervención cuando a la pregunta de  una alumna, el pedagogo ha respondido: en “tres, catorce,” y yo instintivamente añado el dieciséis que es el número PI, símbolo de la razón de la circunferencia a la del diámetro y también la decimosexta letra del alfabeto griego. Así señoras y señores, colegas y aprendices, no hay caso de enfado, es número como muy bien ha resuelto el becario, cuyo valor queda dicho, y también es una letra, que traducida al abecedario español ocupa el mismo lugar que  nuestra P, y de ahí  nuestra confusión con el árbol de nuestro excepcional  levante.

  

     Y resumiendo, tenga la bondad de pesarme 3,14,16 de esos higos chumbos que me traen tan gratos recuerdos de mi infancia y que difícilmente podré ingerir. Y amigos todos ¡Viva Santa Marta! En la Vila a tanto de tantos del año del Señor

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