Quizás por casualidad,
en agradable paseo,
con tres árboles inmensos,
de pronto, me fui a encontrar.
Era una bonita plaza
en cuyo centro existía
una bella fuentecilla
con escultura adornada.
Los árboles quise observar
con todo detenimiento
y creí, por un momento,
en el paraíso estar.
Sus troncos eran formados
por varias raíces raras
que, formando una maraña,
sujetaban fuerte al árbol.
Descendiendo de las ramas,
buscando el mismísimo suelo,
formaban un tronco nuevo
de belleza contrastada.
Desde su imponente altura
sus hojas grandes tapaban
el sol, que con fe intentaba
colarse entre su espesura.