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Pascualico (3ª parte)

Maria Teresa Ibáñez ____________________

 

 

 

 

Pascualico nos contó una tarde de tormenta, que estando cortando los pinos, ─sería a finales de Septiembre o de Octubre, que era cuando se solían cortar─ quiso pasar un rato con los hacheros. Llamaban así a los cortadores porque lo hacían con hacha, entonces no habían sierras mecánicas. Se fue a la zona donde estaban cortando. La tarde se fue poniendo gris y oscura; cuando llegó, unas gruesas gotas de tormenta empezaron a caer mientras se oía un lejano rumor de truenos. Como la lluvia arreciaba se guarecieron en una oquedad de las rocas que estaban pegadas al monte. Seguía lloviendo fuerte pero ya no se oían truenos. Uno de los hacheros que estaba cerca de la salida, sacó la cabeza y mirando al cielo gritó, “Santa Bárbaraaa, estás pelaaa”; en ese momento una luz potente y blanca lo iluminó todo y casi a la vez se oyó un trueno descomunal que parecía que iba a partir el mundo en pedazos, y un rayo tremendo cayó sobre el pino más cercano a ellos. Se quedaron sobrecogidos y sin rechistar un buen rato. A él, dijo que le impresionó mucho, pues, como dije alguna vez, a su padre le mató un rayo.

     Pascual hacía unos gazpachos buenísimos, sobre todo cuando eran con carne de caza, conejo y perdiz, pero lo que de verdad hacía bien eran las tortas.

     En Ayora se han hecho gazpachos desde tiempo inmemorial, sobre todo en la sierra, por eso en las casas de los montesinos no falta el “tortero”. El “tortero” es algo así como un cono invertido de cemento o de yeso que se adosaba a cualquier pared cercana a la chimenea; solía tener setenta u ochenta centímetros de diámetro pues las tortas se hacían bastante grandes.

     Siempre que en el carrascal comíamos gazpachos los hacía Pascualico, y si había invitados los llevábamos a su casa para que vieran cómo hacía las tortas. Hacía un buen fuego con leña de carrasca mientras las iba amasando. Las hacía grandes y finitas; cuando todo eran ascuas partía el fuego por la mitad, barría el suelo, doblaba la torta como se hace con una camisa cuando se plancha, les pasaba las manos por debajo y las echaba sobre el suelo caliente, las extendía y luego, con un escobón, las cubría con las ascuas que había apartado. Al muy poco tiempo estaban cocidas, y con el mango del escobón las golpeaba para que soltaran la ceniza y las ampollitas más oscuras. Salían tiernas y flexibles, se podían doblar como una tela. Nada que ver con esas que venden tiesas como galletas o como otras que he visto en algún pueblo de dos dedos de grosor.

     Ese día Pascual comía con nosotros. Era el que literalmente tenía la sartén por el mango e iba sirviendo a todo el plato que se le acercara. Comía pocas veces carne pues no era cazador, y cuando iba al pueblo a abastecerse lo que más compraba era bacalao y sardinas saladas. Nunca compraba embutido, pues decía: “carne en calceta “pal” que la meta.” Los medieros comían mejor pues mataban dos buenos cerdos aunque lo mejor de ellos lo guardaban frito en orzas de barro para cuando llegara la siga poder alimentar a los segadores que contrataban.

     Qué tristeza el primer verano que fuimos y no encontramos a Pascual, no parecía la misma finca, algo muy importante faltaba.

     En octubre fue mi hermano con sus cuñados a cazar, el perro del guarda salió a recibirles pero a él no le vieron y les extrañó. Entraron a su casa abierta y se lo encontraron tumbado en el poyo que había cercano a la chimenea –allí dormía siempre, nunca usaba la cama-. Tenía mucha fiebre. Se lo llevaron al pueblo, a casa de una sobrina que pronto lo llevó al asilo.

     Pienso lo duro que debió ser para él verse encerrado. Un hombre libre que podía mirar cada día el horizonte y ver salir el sol de entre los montes y poder andar entre romeros  y tomillos y no dar cuenta de su vida a nadie.

     Quizás sintiera alivio al verse cuidado por las manos femeninas y generosas de las monjas pero puede que también se sintiera intimidado ya que siempre vivió solo.

     Desde Villajoyosa le mandamos algún paquete con cosas que pudieran agradarle, pero ese período duró poco porque murió pronto. En todos nosotros dejó un agradable recuerdo; era un hombre que no tenía casi nada, ignorante de muchas cosas (no tonto) pero sabio en otras muchas, y más feliz que otros que lo tienen todo.

     He querido recordarlo con todo esto que he escrito, y hacerle como un pequeño homenaje.

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