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- LAS BUENAS MORALEJAS
 
De pequeños siempre empezábamos la carta a los Reyes Magos diciéndoles muy claramente que como habíamos sido muy buenos confiábamos en que nos trajeran lo que pedíamos expresamente (el coche de bomberos, por ejemplo, con la escalera y la manguera inacabables, con su campana o su sirena y con todo el escándalo que ahora denigramos y que antaño hacíamos con la boca; o el rompecabezas que hoy sería puzzle, la arquitectura de arcos y pilares de madera y el rimbombante balón de reglamento), pues para eso lo anotábamos con todo lujo de detalles.

Y luego concluíamos nuestra epístola con lo que no queríamos que se olvidaran, aunque otros no lo ponían porque lo daban por hecho:
los caramelos, las peladillas y algún libro para aprender.
Y, en efecto, estas últimas cosas sí que venían año tras año, a veces desoyendo lo que más nos importaba.
A lo mejor casi nunca cogíamos tomo alguno de la biblioteca paterna por muy surtida que estuviera, quizás por un sentido respeto o por sospechar que no íbamos a entender su contenido; pero tener un libro propio, normalmente de aventuras o de fábulas, era muy gratificante por aquello del sentido de la propiedad y por permitirnos recrearnos en viajes, hazañas y empresas nobles, en tanto realizábamos una tarea educativa casi sin darnos cuenta mediante la más atenta de las lecturas, forjando en nuestro interior lo aprendido en plan moraleja.

El diccionario no nos dice que la moraleja sea algo necesariamente bueno, aunque proceda de la palabra ´moral´; se limita a definirlo como lección o enseñanza que se deduce de un cuento, fábula, ejemplo o anécdota.
Que no es lo mismo aspirar a ser James Bond, agente secreto que lucha contra el malvado, que pretender conseguir el poder macabro del Doctor No.
De las inclinaciones malévolas no estamos curados a ninguna edad, si bien a los mayores se les puede aplicar la ley y la responsabilidad, pero a los niños que están en los años de merecer (merecer ser buenos) es necesario ejercitar los con los adecuados ejemplos que no sean precisamente la delincuencia o la perversión.
De ahí que los cuentos infantiles y juveniles, cuya colección de títulos y autores ya forma parte de una tradición clásica, estén cargadas de consecuencias morales, donde se adivine, sin muchas explicaciones, dónde está la actitud correcta y dónde la rechazable.
Chesterton, por ejemplo, era un convencido de que a los niños siempre les han gustado estos relatos en donde averiguan por sí mismos lo que es perverso, el porqué hay que denigrarlo e incluso cómo hay que hacerlo. Antes de que llegue la moraleja a aclararlo todo, los chavales ya saben lo que es bueno porque la bondad y el premio van juntos de una manera de lo más natural.

Da mucho que pensar que si las narraciones de ese tipo han traspasado las barreras del tiempo y de los ambientes sociales será porque han sabido dar respuesta clara a las cuestiones planteadas, diferentes según los matices coyunturales y muchas veces verdaderamente delicadas.
No vale pensar que en algunas se ven actuaciones que algunos podrían calificar como violentas, en tanto siempre se han visto como la lucha positiva que hay que seguir sustentando precisamente para no caer en la injusticia, en la trampa, en el vicio, en la depravación.

Estas consideraciones las hace el pensador Luis Daniel González, precisamente en defensa de las moralejas, y porque a veces no hay más que mirar a nuestro alrededor y, con cierto espíritu observador, sacar algunas conclusiones.
´Todo tiene su moraleja, si tan sólo sabe uno descubrirla´, dice la célebre duquesa de Mark Twain en ´Las aventuras de Tom Sawyer´, mientras lo que vino a pensar Alicia, la de ´Alicia en el país de las maravillas´ de Lewis Carroll, era aquello de ´¡qué ganas de sacarle a todo su moraleja!´.

Qué bueno seguir considerándolas en este mundo tan deshumanizado, tan lleno de cuquerías y corruptelas, y por tanto, tan necesitado de crónicas y de vidas ejemplares.

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