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- TENDENCIA A ENTENDER
  Por poquito que sea, algo entendemos en cada momento. Parece como si, desde la primera infancia, intuyéramos ya la vastedad del entendimiento, pues, casi de continuo un ´por qué” estaba en nuestra boca.

Lo cierto es que, para conectar un trocito de conocimiento nuevo con el trocito de conocimiento que ya teníamos, nos bastaba preguntar, y así íbamos creyendo algo más. Aun así, tendríamos que recurrir a retahílas de preguntas tales como las que, bastante después, nos hicieron nuestros hijos.

Se comprende que, en aquel entonces, no necesitábamos tener fe, sólo queríamos entender. La fe nos llegó después, cuando hubo que aceptar lo que no lográbamos deducir. Para mí, la verdadera fe debe entenderse como una emoción positiva que no conviene aplicar a las pequeñas cosas de la vida, porque recurrir a la fe cuando la mente exige aclaraciones alcanzables me parece una debilidad intelectual, un cerrarse al discurso, pereza mental.

Veámoslo. Entendimiento es, según el diccionario, “Potencia del alma, en virtud de la cual concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce”. De acuerdo con esto, para entender, concebimos las cosas, las comparamos, juzgamos, e inducimos y deducimos otras de las que ya conocemos.
Por tanto, podemos colegir que ´todo entendimiento´ es relativo, no es real, ´emana de lo que uno ya conoce´. En consecuencia, no es absoluto ni permanente; cualquier cambio que se produzca en nuestro capital de conocimientos modifica nuestro entendimiento. Además, a la hora de entender, también influye nuestra actitud.
De hecho, podemos entender un día una cosa y no entenderla al día siguiente, sólo por haber cambiado de punto de vista o de humor. Y, aunque mejoraran nuestros conocimientos, seguiríamos sin entender mientras mantuviésemos obcecadamente una actitud o punto de vista erróneo.

Parece ser que, para un buen entendimiento, necesitamos más información de la que habitualmente examinamos, la intelectual y la emocional, pero hay otras dos funciones, la instintiva (respiración, circulación, digestión, etc.) y la motora (caminar, escribir, etc.) que también nos ayudan a entender.
Es como si dispusiéramos de cuatro mentes, cada una especializada en una cosa. El entendimiento mejora, pues, en proporción a las funciones implicadas en busca del mismo objetivo.

Con todo lo dicho y bastantes más cosas que no sabría resumir, concluyo exponiendo mi convicción de que los humanos somos especialmente ´tendentes a entender´, y que esa tendencia innata o connatural la considero otra cualidad que Dios comunica al alma con el fin de hacerla más apta para la evolución humana. Bien considerado, el entendimiento es la fuerza más vigorosa que tenemos; sólo nos falta buscarlo como objetivo.
En consecuencia, la manera más práctica de adherirnos al Poder Creador es actuando. Para recordar nuestro objetivo, después de haberlo considerado instintiva, intelectual y emocionalmente, deberá ser verbalmente formulado y, así, contaremos también con la función motora.

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