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  - ¡POBRE DA VINCI!
 
La novela ´El código Da Vinci´, ahora en película, tiene todo lo que necesita un producto para ser vendido en masa: superficialidad, sobre todo, y una especulación intelectual que intenta ser espectacular a costa de liar la madeja, aunque sin rigor y con errores de bulto.

Si a eso se añade que los capítulos son cortos, que abusa de los diálogos, que desarrolla una historia rocambolesca, inverosímil, en la que pasan un número excesivo de cosas en poco tiempo, y que algunos cándidos, como los del Opus Dei, le han hecho la publicidad gratis a costa de rechazar la obra, el éxito se comprende.
En realidad ´El código da Vinci´, una vez leído, resulta ser mucho más pobre de lo previsible al principio.
No es necesario llegar a su decepcionante final –un final que prueba la incapacidad del autor para resolver una trama con la que ha levantado demasiadas expectativas– para corroborarlo.

La verdad es que el lector ocasional, que es al que más asombro le produce ´El código Da Vinci´, ignora que la de Brown es la misma novela que otros han escrito antes y que otros siguen escribiendo.
Hoy se imponen argumentos calcados y, por ello, convencionales: un cadáver en el primer capítulo; una investigación de esa muerte que provoca el descubrimiento de un acertijo que, ya descifrado, conduce a otro acertijo que lleva a un enigma que, si se entiende, no es más que una pista que pone al descubierto otra pista… y así hasta que se llega a la página cuatrocientos, o a la quinientos; unos códigos y pasatiempos, en suma, que revelan algún gran secreto protegido por un grupo todavía más secreto que se encarga de asesinar a unos cuantos.

No importa que todas las novelas que se venden a miles sean la misma: el público, se ve, gusta de que le repitan historias con nombres distintos, con títulos distintos, con escenarios distintos.
Y si puede ser con Templarios. También es importante que salgan los Templarios.

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