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  - PAUSA Y CONCENTRACIÓN
 
Con un lacónico ´que descanses durante estos días´ se ha despedido el compañero de trabajo al iniciarse la desbandada recreativa de la Semana Santa.

Desde hace muchos años se toman estas fechas como un inciso laboral, puesto que sesudos estudios de expertos y consultores aconsejaban una tregua primaveral que le va de perlas al cuerpo aliviándolo de las cargas y las presiones cotidianas que nos inflige el laboreo machacón tantas veces monótono. ¡Hala, al recreo!
Así volverán con más ganas, con las pilas cargadas, tras el paréntesis evasivo. Y que les siente bien a cuantos deseen participar de sus tradiciones cristianas, que siempre andan pidiendo la baja por sus excesos glotones y por el cansancio de sus penitencias. ¡Qué gente, oiga, tan aferrada a esas costumbres malsanas!
Con lo bien que se puede pasar de acampada disfrutando del despertar de la naturaleza, o mirando hacia atrás de otro modo en las casas rurales de aquel paraje tan ´divino´ que descubrimos el año pasado.
O, ¿qué carajo?, como hace la mayoría, que en vez de peregrinar al monasterio románico donde aún quedan cuatro eremitas, se aventura con el tiempo atmosférico en aeropuertos colapsados, en estaciones del tren o de esquí, o en playas que ahora parecen aún vírgenes o para estrenar, o en procesiones de coches que alumbran el paso triste de los muertos en carretera al ritmo de bocinazos.

El panorama se completa con el contraste más absoluto: con largas hileras de nazarenos coloristas que acompañan a imágenes de cristos retorcidos y vírgenes de largos mantos, con los olores narcotizantes de la cera, el incienso y las primeras flores del año, dejándose seducir por el grave redoblar de timbales que parecen retumbar en calles estrechas como si se reprodujera el terremoto de aquel primer viernes santo que cambió el rumbo de la historia de la humanidad.
La gente se arremolina en el casco viejo de la ciudad donde aún huele a rancio y semeja que aparecen sombras y largos faldones medievales como indicadores de una excelente puesta en escena de algo que, aún a sabiendas de que se rememora, fue verídico, atroz y, a la vez, esperanzador y contundente, de donde surgiría el que todavía hoy es el principal faro moral del Occidente civilizado.
Abunda la música, la clásica y la de bandas y corales, dando notas bellísimas, originales y estremecedoras de amargura, junto a convocatorias de tambores y clarines. El arte total, como el pueblo entero, participa y vive en agitación hasta contemplar, con alegría desbordada y contagiosa, el triunfo sobre la muerte.

El riesgo está en quedarse atrapado por el relumbrón, por el poderoso destello de la estética, que hace que nos detengamos en lo externo. Escribió Mirabeau que el recogimiento y la meditación son las primeras potencias del hombre. Este tiempo que se nos da es una pausa en los afanes que debe propiciar la concentración.
Juntos, pausa y concentración, convergen en contemplación, a fin de que entendamos la hondura del misterio.
Hoy todo son distracciones que nos impiden reflexionar a conciencia, así que hasta las decisiones que tomamos las ejercemos automáticamente. Las cosas que pasan nos afectan demasiado; el clima político, tenso y provocativo, nos rebela; las noticias, cargadas de fatalismos, nos cabrean; los problemas propios se nos antojan insuperables, y los de los demás no queremos ni escucharlos.
A veces nos miramos en un espejo y sólo observamos una figura que se va deteriorando. No queremos, pues, ni oír ni ver. En las reglas anacoretas se aconsejaba el aforismo de San Juan de la Cruz que dice que sólo Dios es digno del pensamiento del hombre y que el camino para encontrarlo es permanecer atento al silencio interior.
En nuestro castellano más auténtico recogerse no es sólo retirarse y abstraerse, sino reformarse, moderarse; acoger, recibir; mirar hacia dentro y preguntarle al corazón; y aceptar lo que alguien con autoridad moral ha dicho para hacerlo nuestro, vivirlo y transmitirlo.

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