Índice de Documentos > Boletines > Boletín Enero 2006
 
LOS REYES MAGOS
 
Guardo un recuerdo muy grato de mi infancia que transcurrió, como seguramente la de muchos lectores, condicionada por los inconvenientes motivados por la contienda recién finalizada que había dejado bastante maltrechas las economías familiares, cuando no la pérdida irreparable de algún ser querido. Aunque, es justo decirlo, nuestros padres fueron los que, en mayor grado, sufrieron sus consecuencias.

En esos años, mis cartas a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente no eran excesivamente largas en cuanto a peticiones. Algo había en el ánimo de todos que parecía sugerirnos la necesidad de ser prudentes en nuestras demandas.

No obstante esta situación, era ilusionante pensar que aquellos Señores de tan impresionante aspecto, sentados en sus majestuosos sillones de terciopelo rojo, eran unos enviados del cielo para escuchar nuestras peticiones aunque –siempre hay un pero– lo primero que solían hacer era preguntar: ¿Has sido bueno?.

¿Qué decir?. De ser sinceros corríamos el riesgo de quedarnos sin nada o, peor aún, recibir el temido “saco de carbón” aunque –hasta en eso– Los Reyes Magos eran generosos, porque resulta que el carbón era de dulce.

Si, por el contrario, mentíamos,. “si, he sido bueno“, nos arriesgábamos a que descubrieran el fraude y ¡cualquiera sabe qué hubiera resultado entonces!

Afortunadamente, Sus Majestades salían en nuestro socorro diciendo:“¿en adelante serás bueno, verdad?”, a lo que nos apresurábamos a contestar afirmativamente, asegurando de esta manera. sin ningún género de dudas, que algún juguete encontraríamos en el salón de la casa cuando saltáramos de la cama el día 6 por la mañana.

Aún guardo una vieja fotografía en la que mi hermano y yo jugamos con un camión de madera, generosamente depositado en nuestra casa por los Reyes Magos, al que atábamos una cuerda para arrastrarlo por el pasillo y habitaciones, lo que era sorprendentemente entretenido habida cuenta que tanto el sonido de la bocina como el rugir del motor eran “efectos especiales“ realizados con nuestras bocas.

Porque el camión no tenía pilas, ni luces, ni ningún otro aditamento tecnológico sofisticado, pero era, durante meses (posiblemente hasta su agotamiento por exceso de rodaje), un maravilloso juguete para compartir, tan lejano en la técnica de los de hoy como distante es el tiempo transcurrido desde entonces.

Carecía, asimismo, nuestro flamante camión de cualquier atisbo de agresividad y no era nada competitivo. Su uso era compartido o, más bien, repartido, ya que lo usaba un hermano cuando el otro lo dejaba de usar. Nada en el inocente juego del arrastre suponía violencia, competitividad... algo que, lamentablemente, figura hoy en tantos entretenimientos para niños.

¿Quien tiene la culpa? Tal vez la tengamos todos y empezó el día en que para que el niño nos dejara en paz le permitimos que hurgara en nuestro ordenador sin controlarlo... tal vez fue cuando llegó del colegio y no nos encontró porque estábamos trabajando para comprarle algo que nosotros no tuvimos...

¿Que hubiera pasado si le hubiéramos dado a elegir entre jugar con nosotros o hacerlo, a solas, con un juguete que ni siquiera nos había pedido?
Para nosotros ya es tarde para descubrirlo, porque nuestros hijos –en su mayor parte– ya han abandonado el nido familiar. Sin embargo, aunque la artritis, la próstata y otras cosas de tantos achaques que son fruto de la edad mermen nuestras facultades, quizá podamos aún ilusionar a nuestros nietos compartiendo con ellos algún juguete sencillo que ha llegado a sus manos por la magia de ésos Reyes Magos que no olvidan a los niños que han sido buenos y que prometen que lo van a ser en el futuro.

Ojalá que no seamos nosotros los destinatarios del “saco de carbón“, porque mucho me temo que nuestro carbón –lejos de ser dulce– sería como aquél negro carbón, ya casi olvidado, que nos tiznaba las manos y la cara y que hoy no sabríamos siquiera para qué sirve.

Volver