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LA INQUIETUD PERMANENTE
 
Conforme pasa el tiempo y nos hacemos mayores vamos comprobando que no termina por completarse ni afianzarse el estado de felicidad que teníamos forjado en la mente.

Ni siquiera disfrutamos de periodos de sosiego, y cuando surgen nos ponemos nerviosos viendo venir algo que no tardará en perturbarnos. Cuando no es un asuntillo familiar, lo es un problemón social; cuando no es un arreglito doméstico, lo es una reforma integral; cuando no es una sutura es una intervención general.
Cuando no son pitos, son flautas. No es sólo que haya que atender asuntos materiales (un escape, una filtración, una gotera, un papeleo antipático), sino lo que es mucho más importante: que ni nosotros ni los que nos rodean estamos colmados de satisfacción en lo que hacemos y en lo que nos ocurre cotidianamente.
Y en esto ya hemos aprendido a decir que nadie escapa al desasosiego con que se vive, y que, quien más quien menos, todos estamos pasando por unos momentos determinados que influyen en nuestro carácter y hacen que a veces nos mostremos ensimismados dándole vueltas al coco para intentar averiguar cómo resolver lo que nos pasa o cómo influir en los demás para que no nos metan en sus tejemanejes o se encuentren mejores consigo mismos.

Esa cosa tan rara que llamamos felicidad se refiere a las aspiraciones que tenemos en la vida, es decir es algo a lo que aspiramos porque no lo tenemos, y a su búsqueda dedicamos nuestras energías, nuestras ilusiones y nuestros esfuerzos.
La muy asentada posmodernidad, caracterizada por el predominante culto del cuidado de las formas, el individualismo machacón y la falta de compromiso social, nos pone en la mente un concepto zafio y equivocado de lo que deberían ser nuestros anhelos, que parecen alcanzarse solamente por medios de fortuna.
Las pretensiones espirituales, que miran de cara a los demás y hacia nuestro interior, y que casi nunca están de moda porque nos exigen mucho, parece que nadie las asume porque no están bien vistas sus formas y sus consecuencias.
Pero no es verdad, porque lo que bulle por dentro de insatisfacción es precisamente el vacío que se encuentra cuando no aportamos nada a la sociedad, al entendimiento mutuo y al progreso de los semejantes.
Nos costará reconocerlo, pero para que este factor de realización personal se dé en nuestra vida y, desde luego para que se convierta en centro motivacional, hay que llevar una vida poco menos que épica, con heroicidad y constancia, porque, conforme está el patio, para proceder así, hay que luchar necesariamente y, de vez en cuando, ganar alguna que otra batalla.

Aunque no nos guste mucho oírlo, y así nos lo advierte el pensador Javier Aranguren, el ser humano está por hacer, mejor aún, está por hacerse, y eso significa no dormirse ni apoltronarse en un sillón con el mando a distancia a verlas venir por la pantalla de plasma.
Nuestra actuación, esa inquietud permanente, no puede ser pasiva, cómoda o aburguesada, sino una actividad intensa llena de ambición para cumplir objetivos.
Anhelar, dice el filósofo, es no tener, no conformarse; es decidirse, aunque sea por lo que parece más incómodo y difícil.
Es no parar hasta el final preocupándose y ocupándose de asuntos que miren a lo alto como altas son las metas a alcanzar, porque son las que de verdad valen la pena.
Es jugársela en pos de la ventura y así, venciendo las dificultades y la tentación del conformismo, vivir la epopeya de ser un héroe (que nunca es un ser violento sino un convencido que pone los medios más nobles para conseguir sus fines), como el Ulises de Homero que, con desvelos, aventuras, proposiciones en contra cargadas de razones y elementos naturales que se le sublevan, logra concluir su Odisea, o sea su destino.

El bienestar por el que concebimos la felicidad, nos lleva a interpretar la vida sin que en ella quepa el sufrimiento que, pese a todo, todo el mundo experimenta.
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NOTA: Los asiduos lectores de los artículos de Demetrio Mallebrera echamos de menos el correspondiente al anterior BOLETÍN. Ahora sabemos que la ausencia se debió a fuerza mayor: Demetrio estaba hospitalizado por haber sufrido un infarto de miocardio, que, a Dios gracias, ha superado y del que se repone en su domicilio. Deseamos a nuestro compañero y amigo una rápida convalecencia.

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