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MIRANDO ATRÁS, RECUERDOS DE MI NIÑEZ * GABRIEL MIRÓ
 
Como un regalo del cielo yo conocí a Gabriel Miró.

Llega mi recuerdo desde que yo tenía casi cinco años hasta los siete en que falleció (1928 a 1930). El insigne escritor rondaba entonces los cuarenta y nueve.

Mi padre, José Guardiola Ortiz, letrado, era amigo íntimo del escritor, les unía una antigua y entrañable amistad.

Con alguna frecuencia reunía en nuestra vivienda a almorzar a nuestros amigos, entre los que se contaba Gabriel Miró; era una persona agradable, extrovertida y un excelente contertulio. Las comidas, plenas de amistad, júbilo, y en las que siempre había buen ambiente, reunían a Miró, Oscar Esplá, Emilio Varela, Francisco Figueras, Rafael Bañuls y muchos más; no todos coincidían en la misma reunión.
Era costumbre de Miró, al acceder a nuestra vivienda, mostrar su gran simpatía y, a modo de saludo, nos daba a los niños de la casa, a mi hermano Fernando y a mí, unas palmaditas cariñosas en las mejillas mientras nos dirigía agradables preguntas, cosa que recuerdo con agrado. Era fumador, liaba sus propios cigarrillos de tabaco de la fábrica de Alicante, lo que era todo un ritual.

Durante la comida yo permanecía callado, escuchando la interesante charla de los comensales en la que reinaba el buen humor. A esta corta edad retenemos en la mente los recuerdos que nos impresionan.

Vivíamos en lo que hoy es plaza de Gabriel Miró. Nuestro escritor nació en la calle Castaños, el 27 de julio de 1879.

Fue muy fructífera su obra, incansable en su brillante tarea. Poseía mucha elegancia en su estilo al escribir. Se firmaba en ocasiones con el seudónimo de Sigüenza.

Sus obras, traducidas a muchos idiomas y leídas en muchos países por millares de asiduos lectores, nos dejan algo dentro al conocerlas.

Figura única en la literatura española, pasó a la posteridad el gran escritor con el recuerdo de todos. Falleció el 27 de Mayo de 1930 en Madrid. Recibió tierra muy temprano, apenas abierto el cementerio de la Almudena. No deseaba público, así fue su voluntad; su gran modestia no lo permitió. Acompañó a su entierro un diluvio de agua.

Allí permanecen los restos del amigo, el hombre bueno y brillante escritor. Vivió cincuenta y un años.

Días más tarde del de su muerte, Clemencia Miró, hija primera del finado (la segunda era Olimpia), cursó una sentida y entrañable carta dirigida a mi padre en la que le pedía que fuera el biógrafo del suyo. Cosa que se llevó a cabo. Y relataba los últimos acontecimientos de la vida y muerte del escritor. Esa carta fue leída por mi padre a todos los familiares presentes.

Por mi conocimiento de esta última época, y los recuerdos de mi niñez, me ha sido posible hablarles de él.

Siempre recuerdo la figura humana de Gabriel Miró con afecto, respeto y admiración, situándole en mi niñez como le conocí.

 

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