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ENVEJECER EN EL VERANO * MIS REFLEXIONES
 
Cuando alcanzamos una cierta edad descubrimos que, dentro de nosotros, tiene lugar una competición tan natural como inquietante.

¿Qué será lo que se deteriorará antes: nuestro cuerpo o nuestra mente? El resultado es incierto, tiene unos términos muy variables y, a la larga, es inevitablemente fatídico. Hay gente que descubre su propia fragilidad y mortalidad muy pronto, a veces en la adolescencia, pero, normalmente, no toma conciencia de esta enojosa y molesta noticia o sensación hasta los 50 o 60 años, siempre en función del estado físico y mental de cada cual y, sobre todo, del grado de felicidad y calidad de vida en que transcurra su existencia.

Casi nadie se libra con total fatalismo de las primeras señales del envejecimiento. De hecho, casi todos y todas hacemos lo que podemos para ralentizar o retardar con éxito el paso del tiempo.

Esta etapa de la vida, que la mayoría de nosotros estamos ya viviendo y que puede estar tan lejana como impensable, es el cambio de los hábitos y las revisiones de nuestras prioridades. Dicho de otra manera: es el momento de coger manías o dejar de dar por supuestas la rapidez de reacción y la capacidad de adaptación inmediata. Es aquí donde aparecen las súbitas convulsiones deportivas, los repentinos planes dietéticos para adelgazar, las prácticas gimnásticas o las renuncias a placeres que el tiempo va mermando o ha decretado poco saludables.
Y las personas que temen especialmente por la fragilidad de su mente se dedican a contar el número de escalones de la escalera por donde suben o bajan, o a memorizar los números de teléfonos más habituales mientras esperan el autobús, o llevar en el bolsillo una lista de comprobaciones para no olvidar las llaves o el monedero, o no dejar el gas encendido...
A partir de un cierto kilometraje, incluso los mejores vehículos precisan una revisión especial.
Muchas personas pensamos que tenemos una garantía ilimitada. No es así. Sin embargo, estos cambios moderadores de nuestros hábitos o estimuladores de nuestra salud, la memoria y la actividad mental, pueden causar un gran placer. Un placer que, escogido libremente y con cordura, puede alargar la vida en plenitud de facultades y puede constituir la mejor modalidad de esta última etapa de nuestra existencia.

Hay una frase que los valencianos, refiriéndonos al verano, decimos: “a l´estiu tot el mon viu”. (en el verano todo el mundo vive). No estoy muy seguro de la veracidad de esta metáfora, pero el hecho es que en esta época de desnudismo, grandes escotes, variedad de ombligos y de transparencias, a casi todos nos hubiera gustado, o nos gustaría, quedarnos “plantados en esta época”, que el reloj se detuviera.
Sin embargo, y muy a pesar nuestro, el paso del tiempo es inexorable. No sirve de nada tener el cuerpo y la imagen de Demi Moore, o de Nicole Kidman, o de mister Universo, si no sabemos dónde hemos dejado la bolsa o la toalla en la playa.
Y no sirven de gran cosa toda la cultura y sensibilidad para gozar como nadie de una puesta de sol si las piernas o la espalda no te aguantan ni dos pasos.
El verano es una época en que los placeres son más tentadores y los signos del envejecimiento más enojosos. También es una buena época para hacer una revisión de todos los mecanismos que mantienen nuestra vida “en marcha”.
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Estamos contigo, Patri, y con tu hijo. Os acompañamos sinceramente en este sentir la muerte de Paco, y vamos a ser muchos los que le echemos a faltar: sus “fans”, que los tenía, y buscarán en vano en el BOLETÍN sus artículos de humor o de crítica y reflexión, que todos tenían su interés y su mérito; los que buscábamos y encontrábamos siempre, su ayuda, que brindaba con agrado y generosidad; y, desde luego, los que habíamos compartido con él una etapa profesional de muchos años de compañerismo y amistad, continuada en esta tarea “de mayores”. Coincido con Barberá en que éste es un artículo premonitorio. Paco: hasta luego. Patri: cuenta con nosotros.
P. Bosque

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