Índice de Documentos > Boletines > Boletín Agosto/Septiembre 2005
 
CUIDANDO EL DETALLE
 
Hace unos días fui a una Oficina de Correos para enviar varias cartas certificadas. Me atendió un funcionario muy amablemente y se dispuso a cumplimentar mi encargo.

Como siguiendo un ritual ascentral, llevó las yemas de sus dedos pulgar e índice de la mano derecha a su boca y depositó en ellos una dosis, sin duda muy bien regulada, de saliva. Ni mucho, ni poco. Ni en exceso para que no resbalara por sus dedos, ni tan escasa que no mojara.

Seguidamente, con ambos dedos separó cada una de las hojas del formulario de los certificados, estampó el sello de fechas y me entregó mis copias.

Supongo que, para otros, este detalle carece de la mas mínima importancia, pero no es la primera vez que tengo que soportar esto que parece una costumbre muy extendida, puesto que me ha ocurrido también en entidades bancarias y de ahorro, en el cine, en la panadería y hasta en la consulta del médico cuando me extienden recetas.

Mas de uno me dirá: “quéjate”. La verdad es que lo haría, pero dado el rumbo que han tomado los acontecimientos de unos años a esta parte, prefiero darle vueltas a la imaginación y, en estas ocasiones, pienso (creo que hasta con fruición) en una escena de la película -El nombre de la rosa-. En ella, un monje pasa las hojas de un manuscrito mojándose cada vez la yema de los dedos . No se si el autor de la obra o uno que le tenía ojeriza, había impregnado el papel con veneno que, sutilmente, acaba con la vida del monje.

Y esto es sólo uno de los detalles a los que parece que no se les da mayor importancia, ¡y que se produce continuamente! Seguramente mi cuñado Juan podría encontrar en su prodigiosa cartera de chistes alguno que vendría que ni pintado.

Ahora mismo me viene a la memoria uno relativo a aquél camarero de restaurante en el que un cliente protesta porque encuentra una mosca en el plato, y el camarero le contesta: “¿no quería carne en la sopa?”.

Es probable que si nos ejercitamos un poco en el arte de la observación tengamos oportunidades de advertir estos pequeños detalles que pueden no ser agradables para quien los padece, pero que son realizados con absoluta indiferencia.

¿Cuantas veces, sin ir mas lejos, nos hemos encontrado en el restaurante con un comensal esgrimiendo un puro de veinte centímetros y dirigiéndonos incesantemente señales de humo, como si fuéramos los indios de la película?

¿Cuantas el dueño de un perro nos dice: “no se preocupe, no muerde”, cuando el animalito se nos echa encima o se pone a restregarse contra nuestra pernera, sin hacer el menor gesto por retirarlo de nuestro lado?

Se dice muchas veces que la vida se hace llevadera a base de pequeños detalles. No quiero pecar de pesimista, pero me parece que cada día son menos los que practican el arte del detalle como medio de agradar, y cada día más los que hacen uso de su libertad sin ningún límite, no importándoles en absoluto interferir en la libertad del prójimo.

 

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