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CONVIVENCIA
 
La esencia de esta materia se desliza sobre una plataforma de problemática significación, provista de un acentuado grado de inclinación hacia un fin determinado: =A CONVIVIR =.

Poseedora de un variopinto escenario de múltiples cualidades, ¿de qué se trata?, preguntan algunos. Nadie sabe responder...

Muchos son analfabetos en la materia y una minoría muy reducida apuesta por la esencia de su naturaleza. Todos la desean, pero muchos forman parte de ese gran abanico de colores en donde brillan por su ausencia las equidistantes relaciones de convivencia y distensión, siendo muy poco aceptable y recomendado su comportamiento, entrañándose así una lucha sin cuartel en defensa de unos ideales.

A nosotros, que somos portadores de esos ideales y que tratamos de ponerlos en práctica en el acontecer de nuestra existencia, llegan a ennoblecernos en ocasiones, y a degradarnos en otras, creando un clima endémico de xenofobia patológica. Decimos que no somos racistas, pero cualquier manera de razonar distinta a la nuestra, la rechazamos, y por todos los medios tratamos de imponernos a los demás, aunque nos una la misma especie o raza. ¿Es ésto una noble convivencia?

Y de igual manera acusaremos un acelerado deterioro de la libertad asumida si no somos capaces de su estricto cumplimiento, impidiendo salvaguardar ese antagónico mecanismo donde no aparezcan ni vencedores ni vencidos.

Advertimos también que nuestro modelo de convivencia carece de una sólida base constructiva al accionar la arrogante y prepotente actitud que, en el acontecer de la vida, solemos llevar a cabo en muchas y variadas ocasiones. ¿Es ésto fruto de las diferentes creencias religiosas? Éstas emplean en su campo de actuación la base preferencial por su doctrina y se automarginan por un ideal: la fe, olvidándose del amor y la convivencia cuando realmente todas buscan al mismo Dios.

Profundizando en el conjunto de ideas relativas a la convivencia, arrastramos una importante asignatura pendiente de asumir en la manera de convivir con nuestros pequeños. Éstos, criaturas excesivamente frágiles y delicadas, como si de piezas de loza o cristal se tratara, merecen y necesitan de nuestra protección y ayuda.
Pero la fragilidad que les caracteriza debemos considerarla como una gran vía de aprendizaje a la hora del trato con ellos, porque sus mentes disponen de unos resortes especiales provistos de un poder absorbente como las esponjas.

Las buenas enseñanzas les enriquecen, pero pasamos página sin llegar a comprender el profundo daño que les causamos muy a menudo con algunas de nuestras precarias y violentas actuaciones, situándoles al borde del precipicio y poniendo en grave peligro tanto su integridad física como moral.

Nunca jamás tratemos de engañarles. Por regla general es muy difícil conseguirlo. Ellos, mejor que nadie, saben que les estamos traicionando y reprochan nuestra falsedad y, si empleamos esa actitud, desconfiarán de nosotros y buscarán por otros caminos lo que nosotros les pretendemos esconder.

Debemos jugar con ellos, están reclamando a grandes voces que formemos parte de sus juegos y necesitan, imperiosamente, que nos convirtamos en niños. No les neguemos ese capricho que puede inundarles de gran satisfacción y conseguir su felicidad. Sacrifiquemos unos minutos de nuestro tiempo y dediquémoslos a convivir con ellos. De esa forma gozarán de la ayuda necesaria para crecer con la ilusión de los bellos y tiernos momentos que convivieron con sus padres.
Si conseguimos accionar estos resortes, habremos alcanzado un triunfo sin precedentes.

También los profesionales de la enseñanza contribuyen a que nuestros niños, sus alumnos, aprendan a convivir. Pero parece ser que forman parte de un colectivo subordinado a los alumnos estando expuestos a cualquier tipo de agresión o insulto del alumnado, en donde una extrema minoría provoca la anarquía en la clase. ¿Cómo se genera, o de qué manera aglutinamos esa convivencia?

Si llegan al extremo de despejar una incógnita y no tienen el valor de aprender a convivir, ¿para qué les servirá la licenciatura? ¿Es correcta la actuación de los profesores en donde tienen restringidos una parte de sus derechos? ¿Y el comportamiento de los alumnos? La máxima responsabilidad recae sobre los profesores, mientras los alumnos disfrutan de ciertos privilegios.

Algunos jóvenes, incluso cuando ya han terminado sus estudios, pasan olímpicamente de nuestros mayores y muchas veces no los toleran cuando, por ejemplo, sus piernas empiezan a flaquear y su andar ha cambiado de marcha, se ha ralentizado, convirtiéndose en lento y torpe.

Pero de igual manera, a esos mayores también les molesta la presencia de jóvenes, porque ya no comparten sus ideas, y esa extraña actitud surge como consecuencia de apenas una generación de diferencia, que ni los unos por su experiencia, ni los otros por su frágil juventud, son capaces de conseguir mantener una fluida y sana comunicación.

Ni que decir tiene que es en la familia donde más tiene que imperar el esfuerzo por conseguir que se lleve a la práctica una buena y armoniosa convivencia a todos los niveles, con un equitativo reparto tanto de derechos como de obligaciones, y un trato humanizado con todo el mundo. Para ese trato debemos agacharnos y colocarnos a la misma altura del otro, igual que solemos hacer para entablar una conversación con los niños.

Nuestro propio hogar lo mantenemos limpio, echando las colillas en el cenicero, los papeles en la papelera, los desperdicios de la comida en el cubo, y utilizamos el baño para nuestras necesidades fisiológicas, nunca el salón. Igualmente, una vez fuera del hogar asumimos unos derechos y nos sometemos a unas normas de obligado cumplimiento.

La vía pública es una zona común que todos tenemos derecho a utilizar. ¿Por qué la maltratamos y la ensuciamos despreciando el privilegio concedido para poderla disfrutar y compartirla limpia como si de nuestra propia casa se tratara? La inadecuada utilización que hagamos de ella nos conducirá a contribuir financieramente para erradicar los desperdicios de nuestras calles, cuando en realidad tendríamos que actuar con una cívica cultura, que, en una convocatoria, muchas veces la calificación sería de una vergonzosa puntuación.

Por tanto siempre deben prevalecer, imperiosamente, unos derechos y unas obligaciones bilaterales para convivir libremente y en paz.
¡Podemos pregonar la igualdad! Y cuestionar en cierto modo si realmente somos capaces de olvidar las referencias al más inmediato pasado, en dónde solemos vertir todas las inmundicias merced al juego poco edificante de la intolerancia...

Tratamos de implantar un sistema acorde con nuestros sentimientos, al igual que la gallina protege por igual a sus polluelos debajo de las alas, sin embargo caminamos vitoreando el sistema por el cual se menosprecian unos colores con otros, y en el que los valores humanos no cuentan por causa del gigantesco muro levantado por esos ideales.

Presumimos de ejercitar la convivencia pregonándola a los cuatro vientos y, los más exigentes tratan de imponerse a nuestros propios razonamientos de una manera egoísta y totalitaria, siendo incapaces de aceptar el diversificado conjunto de ideas, sin antes haberse detenido a escucharlas. Por tal motivo navegamos bajo los efectos de un patético y lánguido letargo.

Y mientras no existan personas verdaderamente libres y demócratas, no lograremos alcanzar esa armoniosa convivencia, que muchos aspiramos y deseamos, ni tampoco la conseguiremos hasta que no se apliquen los derechos humanos equitativamente, tanto para los acusados, como para las víctimas, aunque algunos siguen en la creencia de que esos derechos son bilaterales. mientras las leyes suelen emplear lúcidos espacios de generosidad hacia los delincuentes, -extremo considerado de una extraordinaria y digna actitud-, tratando de analizar el comportamiento con tal de reducirles las penas hasta su posible rehabilitación, las víctimas sufren y se les invita a la resignación, mediante un levantamiento de hombros, y ya jamás se van a acordar de ellas.

La Justicia, por lo visto, no recuerda que las víctimas también son acreedoras de esos derechos humanos. ¿Y en estas tristes actuaciones, cómo podrá establecerse una justa y libre convivencia?

 

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