Índice de Documentos > Boletines > Boletín Agosto/Septiembre 2005
 
PREJUBILARSE, SEGÚN.
 
Me llega una publicación, “La realidad económica y social de las personas mayores”, obra del sociólogo Antonio Trinidad y editado por el Instituto de Estudios Económicos.

En un primer vistazo me detengo en el quinto capítulo, donde, a través de investigación cualitativa, o sea reuniones de grupo, trata de definir los diferentes colectivos de este segmento.
Y no me resisto, siquiera sucintamente, a transcribir algunos párrafos:.
“La situación de las personas que han sido prejubiladas varía mucho de las del resto de jubilados. Su situación económica es mejor, lo que posibilita que puedan plantearse la vida de forma totalmente diferente al resto del grupo”.

“En lo que respecta a cómo han cambiado sus vidas desde que se jubilaron, se pueden distinguir dos discursos: el positivo y el negativo. Las personas que mantienen un discurso de satisfacción y casi de agradecimiento en torno a la prejubilación, destacan los pocos cambios que se han producido en sus vidas desde que se jubilaron. Ellos han conseguido mantener su posición económica –de ahí las críticas de los jubilados normales- e incluso algunos han trabajado en otras cosas por medio de la economía sumergida”.

“Mi caso es el de un jubilado joven de una entidad financiera, es decir, yo soy un prejubilado, y la verdad es que a mi no me ha cambiado la vida ni socialmente ni económicamente” se cita con concreción esta declaración.

“En el lado opuesto se sitúa la manifestación de una mujer cuando alude a la situación de su marido, que es prejubilado. Ella sólo comenta los aspectos más negativos de la prejubilación, que, evidentemente, no son económicos, sino personales y psicológicos. Según se desprende de sus manifestaciones, la prejubilación del marido no supuso una reducción muy considerable de sus ingresos, pero sí creó en su esposo una situación de miedo y angustia, porque cree que el dinero no le llegará a fin de mes. Por otro lado, destaca que es esa sensación de miedo la que ha creado en el marido una situación de tristeza y de amargura duradera; él ya no se siente útil, no se siente productivo, y, como ella dice, esto le lleva a vivir todo el día en casa”.

El autor no informa en qué época ha realizado su investigación; en todo caso muy reciente pues la publicación es de este mismo año. De los siete grupos que han sido la base para el estudio tampoco se nos especifica su ubicación geográfica.

Nada nos permite aventurar que entre estos individuos estuviera alguien conocido; desde luego, si pudiera identificar al caballero que se pasa “todo el día en casa” se lo presentaría a Pepe Barberá. Seguro que lo ocupaba en alguna tarea.


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