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QUÉ HUBIERA PASADO SI...
 
Aquella mañana decidió ir a la peluquería aunque no era viernes.

El sol empezó a nublarse, y para cuando salió de casa amenazaba lluvia, pero como llevamos años en que siempre se queda en amenaza, decidió no subir a por el paraguas, porque iba con el tiempo justo. En la peluquería había bastante gente, y tuvo ocasión de enterarse de bodas, divorcios, romances e intimidades de personas desconocidas y distantes que salen en las revistas del colorín.

Cuando por fin la dejaron más bonita que un San Luis, con un peinado entre macero del Ayuntamiento, Cleopatra o magistrado de su Graciosa Majestad, llovía a cántaros. Amparándose bajo los balcones llegó hasta una administración de apuestas mutuas.
Más allá de su puerta, no había ni un pequeño saledizo que le permitiera caminar sin destruir aquella obra de arquitectura barroca, por la que su estilista le había soplado ciento setenta y cinco euros de bellón, entre mechas, vitalizantes, mascarilla capilar, espuma y otras minucias. Así que, se refugió en el local, y por hacer algo empezó a poner crucecitas, en un papelito que resultó ser una quiniela.
Le dieron el boleto que guardó en el bolso, y, como la lluvia había amainado, y tenía que poner la comida, pues su marido estaba al llegar, decidió taparse con un periódico, que un señor muy amable le ofreció. A pesar de tal precaución llegó a casa como una ensortijada negra, del Camerún, con melena.

Se olvidó completamente del resguardo hasta que el lunes vio en el diario los resultados de todos los juegos y sorteos que se celebran en este país. Comprobó que había ganado treinta euros, por lo que fue a cobrarlos en un estado de euforia tal, que invirtió sus ganancias en diferentes papelitos. Primitiva, bonoloto, lotería, y quinielas. No ganó ni un euro, a pesar de sus muchas esperanzas y cuentos de La Lechera.

Repitió semana tras semana, hasta convertirse en una ludópata, que jugaba al bingo, a la Once, máquinas tragaperras, y a los chinos, si se terciaba.

¿Qué hubiera ocurrido, si a la pertinaz sequía no le hubiera dado por cesar en su obstinación durante unas horas? ¿Por qué decidió no ir un viernes a la peluquería como era su costumbre, y no coger el paraguas teniendo en cuenta los amenazadores nubarrones? Y sobre todo, ¿quién la mandó meterse en las apuestas mutuas, en vez de hacerlo en el local de al lado, que era una funeraria? Y por último se preguntó qué la indujo a poner las fechas de los nacimientos de su familia en vez de poner las del portero, por ejemplo.

Cosas del juguetón azar, que está siempre con el tirachinas en la mano. En fin, al menos en su caso tuvieron arreglo. Durante un año hizo una terapia con un psiquiatra, que le cobraba cada sesión lo mismo que el peluquero, por lo que tuvo que renunciar a que le arreglaran la cabeza por fuera, dando prioridad a que se la arreglaran por dentro.

¡Y yo, con estos pelos!

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