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OKINAWA o EL RESPETO
 
El doctor Asín Llorca habló en los Foros Intergeneraciones de Jubicam sobre envejecimiento, y lo hizo tan bien que entendimos hasta los términos científicos más ajenos a nuestro común acerbo cultural.

Además matizó la exposición con ejemplos y anécdotas oportunas y divertidas: de principio a fin, una conferencia muy interesante y aprovechable. Pero he de decir que personalmente yo salí del acto con una palabra vibrando, bailando en los entresijos de mi memoria: Okinawa.

El doctor Asín había dicho que la esperanza de vida en la isla japonesa de Okinawa es la más alta del mundo: de cada 100.000 personas 20.6 son mayores de 100 años.
Es algo muy notable, pero al fin y al cabo, un dato; lo extraordinario, lo sorprendente y altamente ilustrativo es que, entre otros factores climáticos, ambientales, etc. parece probado que la causa determinante de tan extraordinaria longevidad es, curiosamente, que Okinawa es una gerontocracia.
En Okinawa mandan los mayores, los ancianos; ellos son los que orientan aquella sociedad, los que legislan, los que ocupan los puestos más elevados e influyentes.

La literatura y el cine nos han mostrado el reverencial respeto que los japoneses tributan a sus mayores en cualquier lugar de su territorio nacional.
Si a eso se añade el plus de respeto debido al gobernante, el lógico prestigio de la autoridad, se entiende el trato que reciben quienes ejercen el poder en la citada isla y, por extensión, aquéllos que están en posesión del principal requisito para llegar a ejercerlo:
la edad, una edad suficientemente avanzada para considerarse ancianos, candidatos potenciales.

Podría pensarse que ese respeto generalizado a los mayores afecta a los famosos radicales libres, o influye en aquellas mitocondrias (?) de que nos hablaba el doctor Asín, y de ahí la extraordinaria longevidad de los “okinawanos”.
Sea como sea, lo cierto es que habría que ir pensando en que Jubicam vaya preparando el proyecto de una urbanización, modestita pero confortable, en Okinawa, para los asociados que menos prisa tengan en abandonar este complicado mundo que nos ha tocado en suerte.

El que esto escribe no conocía la circunstancia a que nos estamos refiriendo, pero más o menos en esa línea iba la sugerencia que incluía en un reciente comentario, proponiendo que en la documentación o “fi- niquito” que se entrega a los prejubilados y jubilados en general que están en plenitud de facultades físicas y mentales -que son muchísimos-, se imprimiera un sello bien visible en el que se leyera:
APTO PARA DESEMPEÑAR CARGOS POLÍTICOS.
A las ventajas de todo orden que la idea puede aportar, habría que añadir, con lo que ahora sabemos, la posible ampliación de la esperanza de vida, lo que no es poca cosa, ciertamente.

Pero ya descendiendo a la cruda realidad, no se puede pasar por alto el hecho de que el respeto a los mayores está en unas cotas realmente bajas. Muy lejos quedan aquellos Senados de la antigüedad clásica (aquellos sí que eran senados en la verdadera acepción de la palabra) y los Consejos y Asambleas de Ancianos de tantos pueblos históricos y que aún perduran en etnias minoritarias diseminadas por esos mundos de Dios.
Lo que se llama Occidente hoy en día es otra cosa, para bien y para mal. Y no se pueden pedir imposibles, pero sí que habría que tomar más en serio, tanto desde estamentos oficiales como sociales y familiares, la consideración debida a las personas de edad, aunque no fuera más que por lo incuestionable de aquella perogrullada aparentemente rechazada o ignorada por los que aún ven lejana la frontera de su decadencia reglamentaria:
“lo que tú eres yo fui, lo que yo soy tú serás”.
Y es que, a tenor de lo dicho, no se pueden entender ciertas expresiones falsamente confianzudas que se emplean en determinadas actividades; ni las “animaciones”, dirigidas por profesionales, a nivel de fiestecitas de escolares de primaria; ni el trato discriminatorio en ciertos establecimientos
(tercera edad, ya se sabe), etc., etc.
Son ejemplos de actitudes muy generalizadas que probablemente responden al sentir colectivo de unas generaciones que han llegado a considerar al hombre
–según su edad- como “material amortizable” o peor aún, “material obsoleto”.

Okinawa está más allá de nuestro horizonte, pero es bueno que se sepa que contar con los mayores puede ser políticamente acertado y eficaz. Y por añadidura también puede suponer un factor de longevidad para un pueblo.

En cualquier caso, el respeto, aún considerado en abstracto, es una palabra noble y hermosa.

 

 

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