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UNA CUERDA AL CUELLO
 
He leído en la prensa que la soldado norteamericana Lynndie England, en el tribunal militar de Fort Hood, en Texas, ante el Consejo de Guerra que la está juzgando, se declaró culpable de diferentes cargos de maltratos.

Lamentablemente conocemos su rostro, la hemos visto en los periódicos: tiene los ojos pequeños, los labios delgados que se desvían en un rictus, no sé si de amargura.

Nos hemos “familiarizado” con ella a través de las fotografías de los periódicos que han repetido, multiplicada, su imagen. La hemos visto también a través de la televisión, desgraciadamente. Es la imagen de alguien que te resulta repelente, odiosa.
Las cejas casi unidas, la expresión más bien seria... desagradable, y desde mi punto de vista, no tiene nada que agradecer a la madre Naturaleza.

Ella es la protagonista de unas fotografías que dieron la vuelta al mundo. La hemos podido ver señalando con su dedo los genitales de los prisioneros iraquíes, obligados a colocarse unos sobre otros, desnudos y en posiciones degradantes.

Cerca de ellos, otro, también desnudo, aparece siendo arrastrado y con una cuerda al cuello por esta soldado. Visiones terribles de la bestialidad humana, de la capacidad que tienen algunas personas de atentar cobardemente contra la dignidad de otras, cuando éstas no tienen ninguna posibilidad de defenderse. Aquella dignidad más elemental que tiene cualquier ser humano.

La soldado England se ha declarado culpable porque sus abogados así se lo han recomendado. Le han informado de que, quizá así, conseguirá que le atenúen la pena. De esta forma el juez podría decidir rebajar su sentencia máxima de 16 años y medio a 11. También ha asegurado que lo hizo porque se lo pidió un policía militar llamado Charles Granes, con quien mantenía una relación sentimental. ¿Puede caber más cinismo?

A mí me parece increíble: esta mujer, miembro de un colectivo militar cuyo comandante en jefe se dedica a exportar “su” libertad y democracia a donde le parece, pretende decirnos que actuó cruelmente por amor (así lo ha manifestado); como si el amor sirviera para redimir a alguien de cometer semejante barbarie.

Ya sabemos que el amor induce a hacer muchas cosas. Sin embargo, ninguna gran pasión justifica actitudes como la de ésta, llamemosle “señora”. Ni menos sus palabras cuando afirmó, en su declaración ante el juez militar, que una cuerda al cuello le parecía una buena manera de controlar al detenido.

Siempre he sido de la opinión, y así me lo enseñaron, que hay que defender la libertad de expresión con el sagrado respeto a los demás pero creo que cuando este monstruo hizo estas declaraciones, alguien tendría que haberle puesto una cuerda en su boca. O mejor todavía, un bozal.


 

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