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RECUERDOS DE MI CALLE

 

 

Eleuterio Moya

 

 

 

Mi calle ha sido durante casi 30 años la del POETA CAMPOS VASSALLO, en el tramo que va de la avenida de Alfonso el Sabio a la calle del Poeta Quintana.

 

Me he informado de que Rafael Campos Vassallo nació en Alicante el 24 de octubre de 1849, falleciendo en nuestra ciudad el 20 de septiembre de 1902. A los 18 años ya era redactor, en Madrid, del periódico “La Iberia”. En Alicante, a los 24 años, en 1873, fue teniente de Alcalde, y más tarde diputado provincial por Orihuela y Elche. También fue Jefe Superior de Contribuciones, Catedrático de la Escuela de Comercio y Secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País. Poseía las condecoraciones de “Caballero de la Rosa del Brasil” y “Oficial del Águila de Tolosa” de Francia. También en Alicante fue director de la “Revista de Instrucción Pública” y colaboró en las revistas “La Iberia”, de Madrid; “Revista Hispano Americana”, de Buenos Aires; “Cuba Española”, de la Habana; y “El Comercio”, de Oporto.  Escribió versos, odas y cantos, y con sus composiciones poéticas se podría completar un grueso volumen, del que destacaríamos La Zagalay “El genio de la guerra”. De su prosa mencionamos los libros “Mi álbum” y “Ante la tumba de Quijano”..

 

Hasta 1923 se denominaba esta calle con el nombre de Torrijos, y abarcaba desde Barón de Finestrat, antes Teatinos, hasta la calle Manuel Antón.

 

Allí viví desde la terminación de la guerra, año 1939, hasta 1963, en que me casé. En la planta baja del número 17 tenía mi padre un taller de reparación de relojes y platería, que a su jubilación adquirió mi hermano Paquito. Desde mi infancia, en aquellos primeros 25 años de mi vida coseché un buen número de amigos y amigas. En aquel tiempo, en las noches de verano, sin coches aparcados ni circulando, las familias se reunían a la puerta de sus casas en aquellas sillas de anea, haciendo corros en los que se hablaba de todo; mientras, los niños jugábamos en medio de la calle sin ningún peligro; en toda la calle solo había un coche, propiedad de D. Manuel Ferrer, que lo guardaba en los bajos de su casa. Durante el día transitaban algunos carros, pocos, con barriles de vino para la bodega que había en los bajos de la casa nº 2, o los que paraban para descargar en el nº 20, frente a mi casa, en cuyos bajos había cámaras y un almacén de plátanos propiedad de don Fermín Hernández, canarios él y su esposa doña Agustina. Tengo que aclarar que este almacén sólo tenía movimiento de carros cuando llegaba semanalmente el barco de Canarias, el “platanero” que le llamábamos, con su cargamento que transportaban aquellos carros largos tirados por dos caballos percherones y que estaban construidos especialmente para el acarreo de bocoyes de vino.

 

Aunque no recuerdo el año, sí me acuerdo de la “Hoguera” que plantamos los chiquillos de la calle, siguiendo la idea del Tío Pepe el Jijonenco. Recuerdo que recorrimos una por una todas las casas de este primer tramo de la calle pidiendo una ayuda monetaria para la construcción de la “Hoguera”. Durante muchísimo tiempo, cada uno de nosotros, los chiquillos, hicimos en nuestra casa cadeneta con tiras de papeles de colores, pegados sus extremos con pasta hecha con harina y agua. Qué ilusión nos trasmitió ese hombre: nos reuníamos cada 10 o 15 días para contar cómo nos iba el trabajo de la cadeneta, y de las banderitas que también pegábamos en hilos de “palomar” para atarlos en los altos de las ventanas y balcones. Engalanamos la calle y plantamos la “Hoguera” en la confluencia con la de Quintana, delante del Bar del Tío Pepe el Jijonenco y de la Relojería de Torralba. Fue la primera y única hoguera que se ha plantado en esta calle, y siento no saber de nadie que tenga fotos de ella. Llegó el día de San Juan y nos las prometíamos muy felices; pero llovió; cómo llovió, llovió como nunca lo ha hecho en este día. Se mojó nuestra “Hoguera” y casi se cayó, y la tuvimos que quemar, como tantas otras, al día siguiente, y ... se nos fue la ilusión de plantar otra “Hoguera”.

 

Pues bien, situados en aquellas noches de verano, los chavales jugábamos “al látigo”, a “tú la llevas”, al “aro”, a la “escampilla”, a “cut a amagar (esconder)”, a las chapas, a los botones y a “churro, mediamanga y mangotero adivina que es”, o hacíamos carreras bajando toda la calle, desde la aún llamada por nosotros placeta de Castellón (a la que en 1939 se le había cambiado el nombre por el de Camaradas Hermanos Pascual), con “galeras” hechas por nosotros mismos con una tabla de madera y cuatro cojinetes usados que pedíamos a los talleres de reparación de automóviles.

 

En aquella época de la posguerra los niños teníamos pocos problemas, estábamos muy unidos y se tenía un gran sentido de la amistad; todos nos conocíamos, incluso nuestros padres se conocían y nos conocían. El resultado de todo aquello ha sido que, desde hace algunos años hemos ido recordando y aportando nombres de aquellos “chiquillos” de los años 40, llamándonos y citándonos para comer juntos una vez al año, por lo menos, los que podemos y, desgraciadamente, los que quedamos, como se puede apreciar en la fotografía. Yo, con la ayuda de mi hermana Loli, mi hermano Paquito y mi amigo Luis Bernabéu, he completado una relación de todos aquellos chiquillos de la calle Campos Vassallo de los años 40, para recordatorio mío, enorgulleciéndome de la cantidad de amistades que conservo, forjadas hace 60 años, en unos tiempos difíciles por las carestías y necesidades de aquella época, pero que a nosotros, por aquello de ser niños, no nos quitó la alegría; yo aseguraría sin temor a equivocarme, que aquello sirvió para unirnos más.

 

Había en aquel entonces en esta calle, bueno, me refiero siempre a aquel primer tramo, había, digo, en su acera derecha, en el nº 2, un bombero y una bodega; en el nº 4, un sastre; a continuación, algo más arriba, un horno que aún permanece; el almacén-tienda de ultramarinos de don Manuel Ferrer y el almacén y cámaras de plátanos de don Fermín Hernández. En la esquina, haciendo chaflán con la calle de Quintana estaba la Relojería de Torralba, tío de mi padre. En la acera de la izquierda vivía el alcalde de barrio en la primera casa; luego estaba la tienda de tejidos de Luis Iborra; a mitad de la calle, en el nº 11, el Colegio-Academia Ribera, de don Vicente Ribera; más arriba, en el nº 13, la tienda de ultramarinos de Adela; a continuación, en el nº 17, el taller de relojería y platería de mi padre; y, en el chaflán con la calle de Quintana, el Bar del Tío Pepe el Jijonenco. Todo este era el comercio que hasta bien entrados los años 80 existía en ese tramo.

(Continuará)

 

 

 

Antiguos vecinos de la Calle Campos Vassallo

 

 

 

 

 

ESOS OJOS

 

 

 

 

 

DESPUÉS DEL VERANO

 

María García-Bravo Sevilla

 

Negros, intensos,

profundos, enigmáticos,

mágicos, dulces

tristes, agrios…

 

Ojos de sabores,

ojos de sentimientos,

ojos de temor,

de sorpresa,

de ternura,

pasión,

locura,

desenfreno,

miedo,

falsedad,

ira.

Reguero de lágrimas

cristalinas,

transparentes,

dulces,

lisas,

húmedas.

 

Respiración contenida

en susurros

que se escapan

y ponen

en el frío de la noche,

brisas cálidas

reflejadas en

la luna llena

mientras, con roce suave,

las hojas se mecen

entre el sonoro

canto de los grillos.

 

Francisco Guardiola Soler

 

         Érase que pasó el verano, quedaron atrás calores, otras ilusiones, nuevas amistades, secuencias imprevistas; estrenamos algo nuevo, perdimos unos cariños y ganamos otros.

            Crecieron los nietos y con ellos nuestra querencia y buenos deseos para ellos.

            Algunos terminan carreras y su inclinación hacia nosotros es más sincera, orgullosos de su esfuerzo.

            Nosotros, muy maduros, jubilados, con nuestros trabajos ya terminados, con satisfacción por haber cumplido todo aquello que nos propusimos.

            Amor en nuestro derredor, familia y amigos.

            Nuestras derrotas, errores y desilusiones ya pasaron, y nos hicieron fuertes, nos forjaron para la vida.

            Nuestros viajes, vivencias y acciones, un recuerdo nos dejaron, a veces dulce y otras agridulce; nunca amargo, dado nuestro carácter ya domado.

            Los que aún trabajan en labores retribuidas vuelven a su acostumbrado vivir, que en ocasiones llaman rutina de forma despectiva. Pero si reflexionan deben sentirse contentos y felices en un mundo en que no todos tienen trabajo, algunos emigran y además pierden sus ilusiones, y, algunos, la vida.

            Es más feliz el que piensa en positivo que el que despotrica y no tiene ilusiones, pues éste pasa la vida sin gozar de ella.

            Al llegar el otoño, y luego el invierno, cada cual ha de crear incentivos para sí mismo y para compartir con los suyos, para hacerles sentir la vida.

            Para el que sea creyente, estar con Dios.

            Darse a los demás es muy importante, ya que con ello logramos alegría en el espíritu.

            Pensar en nuestros precursores, que no tuvieron en sus últimos años nuestro bienestar.

            Amigos, cada día trae cosas nuevas que deseamos y debemos aprovechar en lo bueno que ofrecen.

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