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Calcetines con agujeros

 

 

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO

www.joseferrandiz.com

 

El escritor Chesterton debió ser muy firme en sus creencias divinas, pues consideraba que si de pequeños todos hemos sido agradecidos cuando por Navidad nos llenaban los calcetines de regalos no menos agradecidos deberíamos ser con Dios por atribuirle a él la ventaja de que rellenásemos los calcetines con nuestros pies. La frase no es textual e incluso me he tomado la libertad de ponerle alguna palabra de más para que se entienda mejor, pero el fondo del novelista británico en su interpretación era más o menos ese. La vida, con todo, no es siempre  tan excelente  y

 

 

simpática como las reflexiones de Chesterton, de manera que lo que pasa por beneficio indudable se nos puede convertir, de pronto, en maleficio. Me explico: de no ser porque estamos acostumbramos a meter los pies en los calcetines, al Presidente del Banco Mundial no le hubiera acaecido el trance que ha protagonizado en Turquía, al entrar en una mezquita de Edirme, descalzarse y lucir un esplendoroso par de calcetines, no con zurcidos poco defendibles sino con dos agujeros por los que asomaban los dedos gordos, con uña y todo. Y eso, claro está, ha supuesto un cierto estremecimiento en el planeta, por donde las imágenes del descuidado bancario han rodado con rapidez, sin que sepamos muy bien cuál fue el motivo de su visita, ignorado por no pocos medios que, sin embargo, han prestado un caso excesivo a la anécdota.

Y es que el mundo es así de capaz o de incapaz, según se mire. Es capaz de conceder una atención desmesurada al desliz, a lo irrelevante, a lo intrascendente, al tiempo que es incapaz de conmoverse ante quienes usan calcetines roídos por no tener otro par, o ante quienes simplemente no les da su pobreza más que para ir descalzos

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