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                    SÍSIFO  NO  PARA

 

                                                                                                     Demetrio Mallebrera Verdú

 

Me llamó poderosamente la atención un titular de prensa que decía que tenemos que aprender a des-cansar, dado el ritmo de vida que llevamos y que el mercado laboral nos impone sin que veamos a nin-gún representante sindical levantar el dedo aunque sea para quejarse. Dado el movimiento diario que le damos al cuerpo, que tan malo es ir de un sitio para otro sin parar, con mucha o poca carga, llevando y trayendo, como pasarse horas y horas sentado frente a una pantalla que acaba con la aparición de moscas en vez de letras o dígitos, solemos llegar al fin de se-mana (que algunos tienen, que cada vez hay menos) sin aliento y sin poder dedicarle a la casa (a hacer en ella lo que nos dé la gana, por obligación o por ocio) unas horitas que justifiquen, más allá de ir a dormir, que mensualmente hay que pagar una hipoteca con puntualidad (que los atrasos pican). En la noticia re-señada, los expertos que ya no saben cómo acometer tantos síndromes ni enfermedades nuevas, ni siquiera dar consejos que no sean los de toda la vida (ponga-mos por ejemplo la desaparecida siesta española, aho ra reclamada en toda Europa), nos dicen algo que no hay que perderse por ser tan simpático: “Hay que buscar primariamente los determinantes de esos de-terminantes para poder actuar sobre ellos; en eso con siste la prevención”. A mí me parecía escuchar a Groucho Marx, con aquello de “la parte contratante de la primera parte...”, firmando aquel contrato en el que se iban rompiendo las cláusulas y que, como ocu rre con esta declaración, quedó sin papel y sin argu-mentos. ¡Ah, espere! Leo a continuación que resulta evidente que para prevenir hay que anticiparse y lue-go, cuando se sepa, educar para cambiar los compor-tamientos.

No es cosa para reírse como apetece después de ver esas formas de expresión, pues un informe de una universidad muy prestigiosa nos advierte que la salud pública mundial está empeorando, especialmen te porque los países en vías de desarrollo ya han al-canzado en malos hábitos a los desarrollados. En con secuencia, en más de medio mundo la primera causa de mortalidad está en las enfermedades cardiovascu-lares. Y la segunda causa, aunque no lo dice el mis-mo informe, es la depresión que ya veremos cómo la atajamos cuando todos estemos majaretas. Así nos va con este estilo de vida, en el que los efectos de unas morbosidades se convierten en las causas de otras. Dice: “aumenta el número de personas que pa-

 

decen alteraciones de ánimo y diversas patologías psíquicas”, que usted y yo nos imaginamos: can-sancios, desasosiegos, temores, tristezas. Por eso, y volviendo al principio, lo que se aconseja es sa-ber descansar para combatir esas penas, aunque, ojo, para hacerlo bien hay que mantenerse activo, no replegarse en uno mismo y cumplir con las o-bligaciones. Esto es como la sardina que se muer-de la cola, o peor aún: como la bola de nieve que se hace más gorda cuanto más gira en su declive.

 

 

No sé si le habrá pasado a usted lo mismo, pero a mí me ha impresionado siempre esa figura mitológica que lleva a cuestas un pedrusco enor-me, normalmente redondo, mientras va subiendo una montaña. Se llama Sísifo, rey y fundador de Corinto, y casado con una pléyade, y digo que “se llama”, en presente, porque su tarea es a perpetui- dad, o sea, que andará errante por estos mundos como alma en pena escondiendo su vergüenza de tener que estar haciendo la misma tarea, por ha-ber sido castigado a eso, probablemente por Zeus, y aunque sé que hay varias versiones de su histo- ria, fue a causa de haber engañado a Tánatos (la Muerte), encarcelándola durante un tiempo en que nadie se moría por estar Tánatos privada de movimiento. La pena de Sísifo es que siempre lle- ga al pico de la colina, pero al depositar la carga que lleva a hombros, ésta se resbala y cae por la ladera, y hay que volver a por ella. Ya digo: perpe tuamente. Entre los ídolos que hoy veneramos, parece que Sísifo tiene legión de imitadores. Pese a que somos más listos y a los adelantos tecnoló- gicos, vamos enredándonos la vida cada vez más. Y nunca aprendemos a descansar.

 

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