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POR TIERRAS RIOJANAS                           Formación del castellano

 

                                                                                                                                                                                    Francisco Guardiola

 

En 1977 se cumplió el milenario de Castilla la Vieja, así lo acredita un sello de correos emitido en dicho año. He de decir que La Rioja, que ahora es comunidad autónoma, entonces formaba parte de Castilla.

Hace algún tiempo, acompañado por mi esposa, visité esta preciosa parte de nuestra querida España, cuna del castellano.

Visitando La Rioja en época primaveral conoceréis una región española muy hermosa, bañada por el Ebro, preñada de monasterios y lugares clave del vivir de Castilla.

 Su capital, Logroño, está habitada por gentes amables que te brindan amistad y su gastronomía, carnero o cabritillo al horno, vegetales y frutos de la región, y todo acompañado del buen vino riojano. Es encrucijada entre Castilla, Navarra y Álava, o Araba como rezan sus carteles, pues nada más transponer el Ebro, que baña la ciudad por el norte, encuentras a un kilómetro a la izquierda a Euskadi, y dos kilómetros a la derecha Navarra.

Este confín de Castilla con sus hábitos, distintos a los de sus convecinos y también ellos distintos entre sí, aunque en comunidades territoriales diferentes están unidos por la crianza de sus famosos vinos.

Antes de seguir adelante he de decir que el nacimiento del castellano en estas tierras se debió a la necesidad de entenderse entre sí los que acudían a los mercados que periódicamente se celebraban y se celebran en dicho enclave, al lado del Ebro.

Allí acudían vascos, gallegos, aragoneses y catalanes a comprar o vender productos regionales y así se explica que al latín vulgar se sumaran aportaciones del habla gallega, del vasco y del catalán en el incipiente castellano que luego llegó a ser el lenguaje más utilizado en España.

Partiendo temprano de Logroño pronto te en-contrarás en Nájera, en dirección oeste, antigua ca-pitalidad de Logroño -en el tiempo de los Austrias se acuñó moneda en la ceca de Nájera-, te absorbe- rás en la visión de templos y paisajes de paso hacia Berceo, lugar del nacimiento del gran poeta Gonzalo de Berceo, quien, de niño, recorría a pié el corto trayecto que le separaba de San Millán de la Cogolla para recibir enseñanza de los monjes de Suso, pequeño cenobio recostado sobre el monte y a dos tiros de piedra de Yuso, más monumental y más moderno que el primero.

 

En Suso hay, o había, una persona singular, al menos cuando yo estuve allí. Un gran castellano de gracejo acusado, que sabe de memoria los poemas de Gonzalo de Berceo, explica la historia del pequeño monasterio y cuenta todos lo pormenores y detalles del lugar. Premia su parloteo una más o menos generosa propina.

Más tarde, cuando desciendes al monasterio de Yuso, los monjes, solícitos, muestran los tesoros de San Millán. Su parecido con El Escorial es grande por su corte herreriano. San Millán era estación de visita obligada del peregrinaje a Santiago, pues antes de pasar por Santo Domingo de la Calzada se desviaban a San Millán de la Cogolla para ganar indulgencias.

El paisaje te encantará, es precioso.

Volviendo a Suso y a Gonzalo, recordaré que éste componía sus versos “en fablar paladino, cual fabla tu vecino”, en un castellano con aportaciones de varias lenguas de la península al latín vulgar que era el lenguaje que hablaba el pueblo llano y no el latín culto, lengua en la que recibía enseñanza de los monjes.

La vida del campo contrastaba con la idea de la muerte: las tumbas de reinas y reyes están sin epitafio alguno, para no pecar de soberbios y así alcanzar la gloria.

A nuestro regreso a Logroño, nuestro hospe-daje, pasamos por la plaza Mayor para degustar el vino de la tierra con deliciosas tapas. Allí nos sorprendió el tañido de campanas procedente del campanil musical de una torre con reloj de la Caja de Ahorros de Logroño, que melodiaba: “Ya se van los pastores a la Extremadura…” haciendo referencia a la trashumancia.

 

 

San Millán de la Cogolla.     Ilustración del autor

 

Formación del castellano

 

Francisco Guardiola

 

En 1977 se cumplió el milenario de Castilla la Vieja, así lo acredita un sello de correos emitido en dicho año. He de decir que La Rioja, que ahora es comunidad autónoma, entonces formaba parte de Castilla.

Hace algún tiempo, acompañado por mi esposa, visité esta preciosa parte de nuestra querida España, cuna del castellano.

Visitando La Rioja en época primaveral conoceréis una región española muy hermosa, bañada por el Ebro, preñada de monasterios y lugares clave del vivir de Castilla.

 Su capital, Logroño, está habitada por gentes amables que te brindan amistad y su gastronomía, carnero o cabritillo al horno, vegetales y frutos de la región, y todo acompañado del buen vino riojano. Es encrucijada entre Castilla, Navarra y Álava, o Araba como rezan sus carteles, pues nada más transponer el Ebro, que baña la ciudad por el norte, encuentras a un kilómetro a la izquierda a Euskadi, y dos kilómetros a la derecha Navarra.

Este confín de Castilla con sus hábitos, distintos a los de sus convecinos y también ellos distintos entre sí, aunque en comunidades territoriales diferentes están unidos por la crianza de sus famosos vinos.

Antes de seguir adelante he de decir que el nacimiento del castellano en estas tierras se debió a la necesidad de entenderse entre sí los que acudían a los mercados que periódicamente se celebraban y se celebran en dicho enclave, al lado del Ebro.

Allí acudían vascos, gallegos, aragoneses y catalanes a comprar o vender productos regionales y así se explica que al latín vulgar se sumaran aportaciones del habla gallega, del vasco y del catalán en el incipiente castellano que luego llegó a ser el lenguaje más utilizado en España.

Partiendo temprano de Logroño pronto te en-contrarás en Nájera, en dirección oeste, antigua ca-pitalidad de Logroño -en el tiempo de los Austrias se acuñó moneda en la ceca de Nájera-, te absorbe- rás en la visión de templos y paisajes de paso hacia Berceo, lugar del nacimiento del gran poeta Gonzalo de Berceo, quien, de niño, recorría a pié el corto trayecto que le separaba de San Millán de la Cogolla para recibir enseñanza de los monjes de Suso, pequeño cenobio recostado sobre el monte y a dos tiros de piedra de Yuso, más monumental y más moderno que el primero.

 

En Suso hay, o había, una persona singular, al menos cuando yo estuve allí. Un gran castellano de gracejo acusado, que sabe de memoria los poemas de Gonzalo de Berceo, explica la historia del pequeño monasterio y cuenta todos lo pormenores y detalles del lugar. Premia su parloteo una más o menos generosa propina.

Más tarde, cuando desciendes al monasterio de Yuso, los monjes, solícitos, muestran los tesoros de San Millán. Su parecido con El Escorial es grande por su corte herreriano. San Millán era estación de visita obligada del peregrinaje a Santiago, pues antes de pasar por Santo Domingo de la Calzada se desviaban a San Millán de la Cogolla para ganar indulgencias.

El paisaje te encantará, es precioso.

Volviendo a Suso y a Gonzalo, recordaré que éste componía sus versos “en fablar paladino, cual fabla tu vecino”, en un castellano con aportaciones de varias lenguas de la península al latín vulgar que era el lenguaje que hablaba el pueblo llano y no el latín culto, lengua en la que recibía enseñanza de los monjes.

La vida del campo contrastaba con la idea de la muerte: las tumbas de reinas y reyes están sin epitafio alguno, para no pecar de soberbios y así alcanzar la gloria.

A nuestro regreso a Logroño, nuestro hospe-daje, pasamos por la plaza Mayor para degustar el vino de la tierra con deliciosas tapas. Allí nos sorprendió el tañido de campanas procedente del campanil musical de una torre con reloj de la Caja de Ahorros de Logroño, que melodiaba: “Ya se van los pastores a la Extremadura…” haciendo referencia a la trashumancia.

 

 

San Millán de la Cogolla.     Ilustración del autor

 

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