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 MAYOR RIDÍCULO DE TODOS LOS RIDÍCULOS

 

 

Demetrio Mallebrera Verdú

 

Esta frase está copiada casi literalmente (dice exactamente “és el més ridícul de tots el papers ridículs”) de lo que expresa un perso-naje del gran escritor catalán Josep Pla, que no quiere creerse lo que le dice un amigo sobre el creciente apego que tenemos los humanos a la avaricia conforme nos hacemos más viejos. Ya lo advertía el mismísimo Santo Tomás de Aqui no, quien en vez de proclamar el asunto como ridículo lo nombraba miserable y esclavizador. Mientras pienso en estas cosas en voz alta, al-guien me da un codazo y me dice que si es que no lo he visto con la actitud generalizada de los políticos de cualquier edad en la recién conclui- da campaña de proclamación de programas y promesas (todo muy “pro”) que luego les va a costar un esfuerzo sobrehumano poder cumplir, y ante lo que tendrían que pedir perdón (cosa que, aunque convictos, confesos y condenados, no harán algunos concejales de Marbella que hayan quedado judicialmente pringados, y sólo por poner un ejemplo desconocido para pocos) como sí que hace el personaje de Pla, quien asu me que a veces se avergüenza de las inexpli-cables estupideces que hace. “Pero es inútil          -dice, confesándose y arrepintiéndose-: es una fuerza que me domina, ante la que me resulta imposible reaccionar”. Y todo esto sale aquí a cuento porque, según un curioso y reciente sondeo de la BBC, la avaricia se ha situado ahora en el primer pecado capital, por las conductas que tenemos los contemporáneos.

            He preferido poner este título para lla-mar la atención y para facilitar la reflexión, jus- to en el momento en que los partidos y los parti culares hacemos nuestras cábalas y nuestros análisis acerca de los ganadores y los perdedo- res. Para algunos será hacer el ridículo andarse con simplezas y disculpas si no se han cumpli- do las expectativas. Pues no: el gesto de pedir perdón, si no va acompañado de rechifla, dig-nifica a quien lo utiliza, y viene a dar un cam-biazo al que lo practica ante la opinión pública, justamente cuando tiene que modificar  de  gol-

 

pe su chip y renunciar a tanto como se había pretendido. El perdón que ahora se les puede dar ya no va a resolver la mala situación en que haya quedado ese equipo tras la contienda; pero habrá honrado (una de las palabras más cuestionadas en las relaciones entre nosotros) al que, con humildad, haya tenido que sentir sobre su conciencia (otra palabra que tal) el peso lacerante de la crítica prepotente de los que, al igual que no saben perder, tampoco saben ganar. A partir de ahora, unos seguirán sumando, otros restando o empezando de cero. Decía oportunamente un personaje de la serie televisiva “Yo soy Bea” que nunca se está preparado para perderlo todo.

            Nos hemos hinchado a analizar a candi- datos y candidaturas mientras observábamos los detalles, las frases, los talantes, los medios y hasta los recursos. Esta vez la misma norma nos permitía tomarnos la justicia por nuestra cuenta, hacer juicios temerarios y hasta ser injustos. Para eso estaban expuestos los progra mas y los caretos: para que acabáramos deposi tando en unas urnas nuestras sentencias. Ahora esperamos que cada cual ocupe el lugar que el pueblo le ha dado y no el que le venga a prome ter, porque lo necesite uno u otro, el que hasta las elecciones era un duro rival (nunca enemi-go, como tarde o temprano termina sabiéndo- se). La avaricia, en puro castellano, rompe el saco, o sea, que va contra las reglas del juego cuando le conviene. El pueblo acaba de hacer su elección contrastando datos e historiales de los émulos. Cualquier pacto que vulnere esa voluntad se volverá al fin contra los propios votantes, quienes tendrán que seguir lamentán- dose de la situación y arreglando el mundo des de las tertulias, siempre con su correspondien- te razón, pero no moviendo nunca ni un dedo. Los concejales, y los que no han llegado, han sido pragmáticos y consecuentes, y no debe importarles que les digan ahora que, por ambi-ciosos, o por incautos, hacen el mayor ridículo de todos los ridículos.

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