Índice de Documentos > Boletines > Boletín Junio 2007
 

PÁGINAS DE UNA VIDA           (III) 

              Entre naranjos

                                                                                                                                                                                                             Antonio Aura Ivorra

 

Olía a yerba fresca. Los aspersores, con su chif, chif, chif, chif, saciaban generosamente la sed del césped recién sembrado para abrigar con su verde esplendor la tierra ajardinada. Sentados en la terraza de la casa camuflada entre huertos de naranjos, refresco en mano y mirada distraída, mi amigo el tornero -Damián para los amigos- y yo disfrutábamos de un hermoso atardecer. Al fondo, allá a lo lejos, se divisaba el mar; más cerca, la silueta familiar de una montaña conocida imponía su monumentalidad. El esfuerzo municipal, tal vez despreciando la contaminación lumínica, engrandecía la visión nocturna de la mole turquí resaltando sus calvas plomizas y grietas parduscas. Es hermosa, en todo caso. En ese entorno acogedor y con el deleite del primaveral perfume de azahar transcurrió nuestra tertulia mensual, aunque junto a nosotros unos residentes extranjeros disfrutaran de su pista de tenis distrayéndonos con alguna jugada inesperada.

-¿Sabes? Aquí se está muy bien ¿eh?; ni frío ni calor, ni coches ni ruidos… una gozada ¿no crees? –dijo el tornero.

-Sí, sí; da gusto vivir aquí. Pero no todos pueden. Sin embargo nosotros sí que podemos venir a tomar algo. Nos atienden, pagamos y nos vamos. ¿No te parece que es más cómodo que mantener esto? Disfrutamos cuando queremos de este ambiente que cuidan otros, sin ninguna otra obligación. Solo pagar lo consumido. Es lo justo ¿no? –pregunté.

-Pues sí. Somos unos privilegiados, -contestó; aunque yo, -añadió tocando la montura de sus gafas oscuras- poco puedo disfrutar del paisaje.

- Bueno; pero lo hueles; ¿qué le vamos a hacer? También es un modo de disfrutarlo. Hay que asumir las limitaciones y superarlas con otras cualidades. Me contaste el otro día que tocabas la guitarra. Yo nunca he sabido. Me dijiste que tenías buena voz. Yo nunca la he tenido… ¡chico! Tampoco estamos tan mal…

- Si, pero… nos sobran años, amigo…Una vez me enviaron a las Baleares, sí, a Palma de Mallorca, a montar una pieza de un barco, ¡torneada por mí! ¿sabes? Viaje pagado, estancia pagada… los propietarios eran extranjeros; era un barco de recreo. ¡Quedaron encantados! Estuve yo solito en la faena, que tenía su complicación ¿sabes? No te voy a aburrir ahora con cuestiones técnicas, pero fue un trabajo de profesional. Me quedé satisfecho y los clientes también, como te he dicho. Y me pasé una semana estupenda. ¡Hay que ver el ambiente que hay por allí! Palma es maravillosa: me contaron que en algún tiempo dependió de la  taifa de Denia. ¿Y su catedral? Es preciosa. Creo que Gaudí también hizo algo en ella, en el coro… Por cierto ¿sabes que murió atropellado por un tranvía?

- Y bueno, también tuve mi aventurilla por allí… aquello fue intrascendente. Todavía era soltero, ¿sabes? Me divertí, como todos, durante mi estancia. Había mucho ambiente ¿sabes? Y parece que todo el mundo venía a divertirse. Como si todos los días fueran festivos, ¡vaya! Y ya lo creo que lo eran para muchos. Sobre todo por la noche: las discotecas estaban a rebosar. Bueno; me lo pasé bien. Y un día me llevaron al Cabo Formentor, al norte de la isla; visitamos algunas calas… ¡impresionante!

-Bien, le repliqué. Veo que no te lo pasaste mal; -¿por qué será que los malos recuerdos desaparecen o quedan atenuados por el vigor con que recordamos lo bueno?- no tengas ninguna prisa en envejecer, Damián. Creo que fue Mario Benedetti quien lo dijo, y tiene razón: “Los lustros no dan lustre”. ¿Qué te parece? Los lustros son lastre, digo yo. Lastre irremediable. Pero… ¡mente despejada y alegre mientras el cuerpo aguante, que eso es bueno y contagioso, Damián!

Sin muchas ganas de abandonar tan hermoso lugar, discretamente pagué la consumición, nos levantamos y, lentamente, disfrutando del pequeño paseo, llegamos hasta el aparcamiento. Subimos al coche, nos abrochamos los cinturones y enfilamos la carretera camino para casa.

Fue una tarde magnífica.

Volver