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      PREMIOS PARA LA HUMILDAD Y LA EMOCIÓN

 

                                                                                  Demetrio Mallebrera Verdú

 

  En un diario de los que pululan por Internet, se preguntaba hace poco Patxi Andión (aquel que se hizo famoso por su voz quebrada en can ciones protesta de los años setenta, y que hoy es profesor de comunicación audiovisual en la Universidad de Castilla-La Mancha), qué nos está pasando últimamente que parece que este-mos en un nuevo periodo de desastres, pande-mias y catástrofes de carácter casi bíblico. Inun daciones terribles, que irrumpen en sequías dra máticas, se alternan con huracanes, tifones y tornados, tsunamis y otras plagas, todo ello anunciando destrucción; porque además, y según reza la sentencia popular casi siempre con acierto, las desgracias nunca vienen solas, y llenan de muerte nuestras vidas. Se contesta a sí mismo diciendo que sí que ocurren varias cosas que él cree que se centran en el afán humano por transformarlo todo para que se note que por allí ha pasado la raza y ha some-tido a las otras especies y a la misma natura-leza, y ha dejado las huellas en forma de mise-ria y llanto que conmueven al propio destructor a tener compasión de los damnificados, quienes luego se levantarán de nuevo gracias a sus limosnas. Y concluye esas reflexiones haciéndose una pregunta más rotunda: “cuál es la verdadera plaga que anuncia el libro sagrado, si la que sucede en nuestras ciudades o la que sucede en nuestros corazones”.

En estos tiempos de acontecimientos (los que anuncian un “Wilma” destructor y los que comunican premios a los que sobresalen en varias facetas del esfuerzo humano) también podemos encontrar la réplica y la respuesta que podría darnos el porqué de estas cosas, que siempre nos suenan a prueba para ver dónde está nuestro interés y nuestra preocupación, especialmente reincidente en tiempos de cómo-didad y seguridad, en momentos de individua-lismo feroz, de falta de compromiso social y de desarraigo espiritual. A este respecto, me pare-ció llamativo y hasta rompedor el discurso “humilde  y emocionado” (así lo calificaron los

 

medios) que pronunció el famoso arquitecto de Benimamet Santiago Calatrava, agradeciendo en nombre de todos los galardonados, el premio de la Generalitat Valenciana del año 2005, que les fue entregado ese 9 de octubre. El artista valenciano más internacional hizo memoria, con voz quebrada, de sus padres y de los educadores que influyeron en su formación. Y ya en plan filosófico, escarbando en la etimología de la palabra de su profesión, dijo que procedía del griego y que venía a significar “obrero”; y así, él se considera un obrero que guía a otros obreros y que a través de la técnica intenta hacer arte con la ayuda de Dios.

            Y de su fe religiosa (tan atacada por los flancos relativistas), que es lo que las lleva a su vida de entrega y de sacrificio para estar en los lugares donde la gente sufre y necesita de sus atenciones, se tendría que hablar mucho más de lo que se habla, de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, por poner un ejemplo reconocido, pues les fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2005 (en su significativa XXV edición), precisamente el terrible año de las catástrofes naturales en donde fue fundamental su labor en la reconstrucción de los países afectados. Se trata de religiosas que también son denominadas “Siervas de los pobres”, o sea, servidoras de los que no tienen nada, de los desheredados de este mundo. La congregación fue fundada en París por San Vicente de Paúl y por Santa Luisa de Marillac en el ahora lejano año 1633; en la actualidad está presente en 93 países contando con unas 23.000 hermanas. Su espíritu nos llena de emoción en este mundo que mira para otro lado para no contemplarse tan hipócrita, y se basa en la práctica de las virtudes de humildad, sencillez y caridad, unidas a las de respeto, compasión y cordialidad para trabajar por la justicia, la paz y la solidaridad a favor de los marginados, enfermos, pobres y olvidados por los demás.

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