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La Verdad

 

Fernando García Cabrera                                               

 

 

 

Escribe Anatole France en su libro “El pozo de Santa Clara”, en una de sus narraciones correspondiente a “La humana tragedia”, que fra Giovanni, de la orden del Santo de Asís, que pasó por el mundo sembrando buenas obras y palabras tan mal comprendidas que le atrajeron al encarcelamiento, juicio y condena a muerte, dijo al demonio lo siguiente: “… Yo no conocía el mal de pensar, y tú me has dado el pensamiento; tú has puesto la soberbia como un carbón de fuego en mis labios, y yo he meditado, y has venido otra vez a mí y me has dado la incertidumbre y me has hecho beber la duda como un vino (…) Sé, veo, siento, quiero y sufro. Y te amo por todo el daño que me has hecho. Te amo porque me has perdido.”

Decía, también, el escritor norteamericano Erskine Caldwell, que: “Un buen gobierno es como una digestión bien regularizada: mientras funciona no la notamos, pero el problema es cuando ésta empieza a hacerse pesada y sentimos los efectos de la mala digestión.”

Cuando un gobierno pasa de ser una garantía de justicia y buena administración a ser no digestivo, a ser enemigo de unos y amigo de otros, los resultados pueden ser un mal bocado, un mal trago para la mayoría.

El “estás conmigo o contra mí” es una actitud que en demasiadas ocasiones utilizan los que mandan.

Dijo Cebrián: “Gobernar no es mandar”, la postura de dividir entre favorecidos y castigados es algo que suena a permanente.

La labor de representación no debe ni puede ser un medio para acrecentarse, sino un medio de retribución al servicio de los ciudadanos, de los compañeros, de los trabajadores. Quienes integren los Gobiernos, con mayúscula, han de estar dispuestos a vivir para su pueblo, para su empresa, para sus trabajadores, y con condiciones que nunca superen el salario medio de la comunidad donde vivan. Pero quizás sea una utopía.

  Hay  quien  vive del ciudadano, del sudor y

esfuerzo del trabajador; otros pretenden recuperar

política al servicio de éste.

Las motivaciones que mueven a estos ciudadanos a dedicarse a la política  -del tipo que ésta sea-, no deberían ser económicas o laborales, deben ser sociales, y esto no debe otorgarles privilegios con respecto a otros. El que ostenta un puesto de responsabilidad debe ser consecuente con ella y no debe ser diferente a otro.

La verdad no habla, la verdad son hechos y no palabrería, la verdad al final nos delata porque se construye cada día, y al final juzguémonos a nosotros mismos y sabremos la verdad.

Todo esto nos hace pensar en principios y valores, no en cuestiones técnicas ni ideológicas sino en políticas participativas, equitativas, y con competencias organizativas, intentando, repito, que se establezca una muestra de principios y valores encaminados a la coherencia, diálogo, e integración.

 

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