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Antonio Aura Ivorra

COSECHA DE VERANO 

Si no se encuentra usted transparente, no escriba.
Váyase a la compra y hágale los recados a su esposa.
(F. Umbral)

 

        

          Deambulan sin rumbo por el arenal, kilómetro hacia allá kilómetro hacia acá. Sus cuerpos, untosos, sudorosos, atezados, se vigorizan y coquetean día tras día  arrullados por la brisa marina matinal, botellín en  mano, cabeza erguida, pecho fuera y barriga reprimida, asidos y emparejados algunos, con el paso firme, ágil y airoso todos. Los pies chapotean en el suave oleaje que se derrite placentero en espuma blanca al lamer la arena. Es el rito vacacional que siguen los centenares, los miles de pies que patean por la playa a diario abriéndose paso entre la concurrencia, kilómetro hacia allá kilómetro hacia acá, bajo el sol ardiente del estío.

 

         Otros, y otras, embadurnados, tendidos sobre la esterilla del “todo a cien”, exponen al sol sus cuerpos perezosos, somnolientos y adormilados entre rastrillos y flotadores -salvavidas de pacotilla con estampaciones de delfín y pato Donald-, regaderas y palas de plástico, críos que salpican correteando con sus cubos ante sus mamás vigilantes, pozos sin brocal sedientos e insaciables, arquitectos de castillos almenados, amurallados y efímeros, y tenistas improvisados que incordian “niño, deja ya de joder con la pelota (Serrat dixit)”. Sombrillas, toldos y hamacas que acomodan a más gente en segunda línea, a retaguardia, atiborran el lugar. Y buscando clientela en el laberinto, esmirriados negros de charol, increíbles expositores errantes de objetos mil, con mirada asustada y presencia famélica muestran y ofrecen sus relojes, pareos, cintos, gafas y abalorios que deslumbran heridos por el sol.

 

         Algunos se detienen en el corrillo espontáneo que se ha formado: - ¡Niña!; tú te lo llevas, te lo pruebas tranquilamente en tu casa y si no te gusta, mañana me lo devuelves, dice una señora menuda, de tez morena, ojos negros vivarachos y pelo azabache y lacio recogido en moño. El objeto de deseo es un diminuto bikini que debe venirle como anillo al dedo a la esbelta muchacha que lo solicita. Las miradas atentas y desinteresadas de algunos varones que han detenido su marcha espectadores, parecen confirmar que de seguro resaltará sus gracias. Y de repente, tocan a rebato: la señora del moño recoge en su saco precipitadamente bañadores, pareos y fulares, bikinis, camisolas, blusones…, y lo oculta con la complicidad de la potencial clientela ocupada en darse de protector solar o refrescar su cuerpo: el agua está limpia, cristalina, transparente, deseable, apetitosa; muchos se adentran en ella, regresan, se tumban en la arena, se levantan, vuelven a la orilla, se adentran de nuevo y se zambullen. Algunos juguetean dejándose acariciar por la suavidad de las olas. Una pareja de policías sigue su ronda. El peligro de requisa se desvanece.

 

         -¡Hay cerveza, Coca Cola, Fanta…! ¡Fanta, Coca Cola, cerveza…! Vocingleros, con sus neveras de plástico repletas de hielo y botellas, serpentean por el hormiguero: Uno la carga al hombro; el otro la lleva asida. Son dos, que, sin detenerse, tostados por un sol que abrasa, caminan a buen ritmo. ¡Hay cervezaaa…!

 

         Boca abajo, luciendo bronceado de máquina, de rayos, omóplato tatuado, pechos voluminosos -se intuyen con polímero excesivo-, manos cuidadas, uñas de porcelana, sostén desanudado, tanga mínima que exagera el anca, y gorra Nike, dos mujeres ojean sendas novelas. Son rubias. Deben ser ligeras. Ambas… sí. De cuando en cuando, chif chif, se rocían con agua.

 

         Surcando el aire sobre nuestras cabezas, una avioneta extiende su pancarta recordando: “Rumasa, 25 años sin cobrar”.

 

         “Hay personas que hablan y hablan… hasta que encuentran algo que decir”: Eso es precisamente lo que intentan, sin prisas, unas mujeres maduras, en corrillo, que dificultan sin advertirlo la jugada que intentan tío y sobrino, raqueta en mano, en la orilla. Unas y otros entorpecen el andar airoso de los caminantes. Servidumbres playeras: de paso, dirán los caminantes; de vistas, dirán los recostados en la arena; pública, afirmarán los del corrillo. Todos reivindicando su derecho… ¡Al diablo con la cháchara! 

         Me voy a la compra y a hacerle los recados a mi mujer.

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