Índice de Documentos > Boletines > Boletín Octubre 2007
 

      EL BUEN YANTAR      


Francisco L. Navarro 


         Seguramente el hombre prehistórico no tenía ni idea de lo que era un gourmet, y su gastronomía se dirigía –en principio– simplemente a llenar el estómago cuando aprendió que era la única forma de matar el hambre.

 

         De si llegó a esa conclusión de tragar cualquier cosa, no podemos saber   nada, pues –obviamente– no se conservan registros de aquéllos tiempos, pero probablemente distinguiría entre carne, hierbas, frutas, por esas características de textura, aroma, sabor, etc., que tan difundidas son hoy a la vez que se aplican –indistintamente– tanto a los alimentos como a las bebidas.

 

         ¿Sabría igual el antebrazo del enemigo de la tribu vecina que un buen pedazo de trompa de mamut?  Cabe suponer que, al menos, no sería tan correoso.

 

         Un avance culinario reproduciría cuando cayó al fuego el último pedazo de carne del que se disponía, y la única forma de calmar el hambre era comérselo aunque estuviera chamuscado, porque –como dice el refrán– “a buen hambre no hay pan duro”.

 

         Desde entonces se ha avanzado mucho. Los términos gourmet, restaurador, cocina experimental… son ampliamente difundidos por los medios de comunicación, y ya parece que uno es un inútil redomado si no distingue entre crianza y reserva, entre solomillo y chuletón, aunque eso no quita para que algunos seamos especialistas –en momentos de apuro– en abrir una lata sin cortarnos el dedo, o en freír un huevo.

 

         Es tanto el avance en la gastronomía, que se ha convertido, por parte de algunos cocineros (me resisto a llamarlos restauradores), en una suerte de laboratorio experimental en el que cualquier cosa es posible y los platos se presentan en ocasiones como obras de arte a las que uno casi se resiste a hincar el diente para no perderse el espectáculo y también para justificar la posterior y sustanciosa factura.

 

         Veamos un ejemplo: Un plato inmaculadamente blanco, de forma irregular y unos treinta centímetros de lado, tiene en todo su perímetro un fino hilo de caramelo. El centro está dominado por una oliva rellena acosada por varias tiras de piel de bacalao asada, unas gotas de aceite  y dos ramitas de perejil cruzadas. Le llamaremos “cubiertas de bacalao con delicias de Jaén”.

 

         Podemos adoptar varias posturas: a) admirar el contraste de colores y la belleza del conjunto; b) pensar “este tío se ha quedado corto con el aperitivo”. Cuando nos entregan la factura y son 24€ más IVA, no sabemos si  llamar a nuestro abogado o recomendar el restaurante y el plato a nuestro jefe inmediato para que se fastidie.

 

         No hace mucho llegó a mis manos una revista en la que se describía una receta que casi me pareció más la fórmula para fabricar una prótesis, ya que incluía entre los ingredientes la plata y el titanio. Por si hay algún incrédulo ahí va la copia.

 

         Está claro que todas las opciones son válidas, pero perdonarán que me decante por la fabada, las judías con chorizo y el caldero, por ejemplo, aunque ello suponga ser tachado de antiguo y su ingestión produzca no sólo el placentero disfrute de los sabores sino otros productos gaseosos que, según se ha descubierto recientemente, son perjudiciales para la capa de ozono.

 

         Pero esto, seguramente, no debe ser excesivamente malo (lo de los gases). Aún recuerdo un programa de radio en el que intervenían  varios escritores hablando sobre el tratamiento que se había dado en la literatura a este tema y exponían con toda naturalidad sus diversas acepciones: pedo, cuesco, ventosidad, flatulencia, explayándose en sus definiciones.

 

         No recuerdo, sin embargo, que utilizaran el término “bufa”, que me devuelve a momentos de mi infancia y adolescencia  en los que se aplicaba a aquellas ventosidades exentas de ruido, y traidoras, que llenaban el ambiente obligando a una rápida evacuación; me he sentido un poco decepcionado cuando he recurrido al Diccionario de la Lengua Española y no he encontrado una definición apropiada. ¿Será que los académicos de la Lengua no quieren entrar en el tema por si tienen problemas de incontinencia y, en plena reunión, un escape de esta categoría les obliga a pronunciar el socorrido “yo no he sido”?

Volver