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Mª Teresa Ibañez

   MI MADRE TAMBIÉN TENIA CUENTO


     Mi madre era una persona culta para su época. Entonces no era corriente que las mujeres fueran a la universidad y ella no fue, ni tampoco ninguna de sus tres hermanas. Sus dos hermanos sí, fueron abogados. Ellos fueron a un buen colegio, donde, además de aprender las cosas que se enseñaban en cualquier escuela, también aprendieron algo de francés, dibujo, música y mucha urbanidad.

 

     Ella pintaba muy bien al óleo, sabía bordar y, cuando éramos pequeñas, nos hacía unos vestidos preciosos aunque nadie le enseñó corte y confección. Le bastaba ver en un escaparate un jersey con un punto difícil, para ir a casa, coger un ovillo de lana y unas agujas y sacarlo enseguida. Guisaba maravillosamente a pesar de no haberlo hecho nunca hasta que se casó.

 

     Era muy habilidosa, inteligente y, sobre todo, buena; ¿qué vas a decir tú?, me diréis. Pero, veréis: mi abuela paterna, con la que convivió mucho, decía: “Carmen es un ángel”, o “quiero a Carmen tanto o más que a mis hijas”… y eso lo decía su suegra.

 

     Nunca tuvo que hacer las cosas pesadas de la casa pues entonces era más fácil que ahora tener servicio, pero nunca la vi sin hacer nada. Éramos muchos y guisaba para todos a mediodía y por la noche. Por la tarde nos hacía vestidos o amoldaba los de las mayores para las pequeñas, o repasaba la ropa, nunca faltaba un botón en una camisa, ni había un descosido ni nos poníamos los calcetines con un rotito. Entonces no se conocían las fibras como ahora y sobre todo los calcetines se rompían con más facilidad, sobre todo si había algún clavo en el zapato.

 

     Recuerdo ver a mi madre ante la mesa camilla con un montón de calcetines para repasar y a mi padre, que sólo tenía que ir al juzgado por la mañana, leyendo en voz alta alguna novela, ya que ella no tenía tiempo para leer.

 

     Hubo un concurso en RNE que se llamaba “Tu vida también es una novela”; era semanal y debían recibir un montón de cartas de toda España. A mi madre se le ocurrió escribir, y se inventó una historia que nada tenía que ver con su vida. Se trataba de una solterona que ve en una revista la solicitud de un chico para mantener correspondencia con una chica de su edad. A esta mujer se le ocurre tomar la personalidad de su sobrina que tiene dieciocho años y empezar a escribirse con él. El desenlace es sorprendente y un poco triste, pero fue seleccionada y radiada por esas voces tan bonitas que había entonces en la radio. Al cabo del año hicieron una selección de todas las premiadas durante el año y ella fue la ganadora, imprimieron su novela y le dieron diez mil pesetas (era el año 52, más o menos).

 

     Mi padre se empeñó en que se comprara algún capricho que le sirviera de recuerdo, pues nunca nos faltó lo necesario, pero caprichos, pocos. Se compró un juego de pendientes y sortija de oro blanco con brillantitos y una perla. Eran muy bonitos; ahora los tiene una de mis hermanas.

 

     Hace unos días, revolviendo una caja de papeles me encontré con unas hojas amarillentas con la letra de mi madre, que yo había guardado con mucho cariño. Era un cuentecito sencillo y corto que escribió siendo ya muy mayor, pues ya tenía una biznieta que, como en el cuento, se llama Julieta. Se me ocurrió mandarlo al Boletín ahora que es tiempo de Navidad. A lo mejor a ella le hubiera gustado verlo impreso. Se titula “Libertad”. Es este:

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Libertad (Cuento escrito por Carmen Benavente, madre de Mª Teresa)

 

     Es Navidad y en esta casa hay en el comedor una chimenea en la que arden chisporroteando unos gruesos leños de encina; cerca de ella, sentada en su butaca, está la abuelita pensando en aquellos días en que a esta misma hora ella estaba en la cocina preparando la tradicional y opípara cena de Nochebuena.

¡Con qué ilusión esperaba ver alrededor de su mesa a toda su numerosa familia! Su marido, siempre de buen humor, charlaba por los codos, contaba chistes y todos reían y cantaban acompañándose de zambombas, panderetas y rabeles.

     

 

     Al lado de la abuelita, sentada en la alfombra, está Julieta, su pequeña biznieta, sacando de una caja figuritas de belén, y, de pronto, exclama:

 

     -Cuéntame una historia, abuela;

 

     Ella  sonríe y  le dice:

 

     -Hace ya mucho tiempo conocí a un niño que vivía en un chalet rodeado de un hermoso parque; en este parque, Pedro, -que así se llamaba el niño- era libre y feliz; cogía la fruta que más le gustaba, brincaba y corría de un lado a otro por donde se le antojaba, se subía a los árboles para coger pajaritos que luego enjaulaba, perseguía a las mariposas, mataba lagartijas…

 

     -Era un niño malo, ¿verdad, abuelita?

 

     -Era un niño muy travieso, como los muchachos de su edad. Un día lo llevaron sus papás a la capital y allí lo dejaron internado en un colegio de frailes. A Pedro le pareció que el mundo se le venía encima, que las paredes de su habitación caían sobre él y lo aplastaban como a una asquerosa cucaracha, y lloró pensando en lo que se había perdido. Entonces se acordó de sus pájaros encerrados donde apenas se podían mover y escribió a sus papás pidiéndoles que dejaran a todos en libertad.

 

     La abuela ha perdido la sonrisa pensando que los años también la han atrapado a ella, pues ya no puede andar por las calles ni pasear por el campo que tanto le gustaba; ahora ya no tiene más que esperar que la mano de la muerte venga a abrir la puerta de su jaula para que ella, como los pajaritos de Pedro, pueda volar, volar hacia la eterna dicha.

 

     La radio transmite cadenciosos y alegres villancicos mientras Julieta va colocando en su belén las graciosas figuritas de barro.

 

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