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    La cartilla


Toni Gil


En la novela de Carlos Ruiz Zafón, “La sombra del Viento”, aparece un tenebroso lugar denominado el Cementerio de los Libros Olvidados. Como sacada de un lugar mismamente siniestro La Cartilla se me apareció en la callejuela inmisericorde de un arrabal, en una tienda apenas provista y en las manos de su arrugada dueña.

 

Yo había oído hablar a mis mayores de sus antecedentes españoles, aunque no tengo recuerdo físico –nací en 1946- de su formato y de su contenido.

 

La vigente, aun en este siglo XXI, corresponde a una unidad familiar –recuerda, lector, aquella aseveración respecto a la familia que reza unida..., aquí compra unida-, está personalizada, es intransferible y está adscrita a un puesto de aprovisionamiento determinado claramente relacionado con el domicilio familiar.

 

Con este “moderno” documento su titular puede “reintegrar” los productos más básicos para la subsistencia humana que se anuncian oportunamente en negras -¿sombrías?- pizarras, donde la tiza traza el precio y las existencias.

 

Claro que según los especímenes de la familia hay algunos alimentos a los que no se tiene acceso; por ejemplo la leche, limitada a los niños hasta los siete años, o el yogur sólo dos veces a la semana y hasta los 14 años. No hay excepciones de carácter positivo para personas mayores, jubilados o como allá se quiera llamar al segmento que ya tiene problemas con la dentadura original.

 

Al menos los alimentos, con esta fabulosa cartilla, no son caros: 1 kilo de arroz vale unas 4 pesetas, lo que -eso sí, desde luego- es proporcional al sueldo medio mensual que puede rondar las dos mil.

 

Se puede obtener carne –gracias a este impreso revolucionario- hasta dos veces al mes. Y cuando llega la camioneta de los huevos el mensaje corre por la cuadra como lo hizo la pólvora desde Sierra Maestra a La Habana hace medio siglo, como una convocatoria revolucionaria.

 

No trato de desprestigiar el valor intrínseco de este documento “al portador”, pero prometo releer al Che para comprobar su criterio al respecto del café con leche, porque allí, en Cuba, teóricamente, si no hay niños en la familia no se lo pueden tomar cortado.

 

Y a mi edad el café solo ya me empieza a quitar el sueño.

 

toni.gil@ono.com

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