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JUAN B. PASTOR AYCART


Vicente Ramos 


     Licenciado en Medicina, la fecunda existencia de Juan Bautista Pastor Aycart  (Benejama, 1849-1917) discurrió consagrada al servicio profesional de sus convecinos, al cultivo de la literatura, a la práctica de las virtudes cristianas y a la defensa del credo católico, cuyos valores exaltó en verso y cuya filosofía sembró en prosa.

     Su temprana actividad lírica proporcionó a Pastor admirables triunfos, cuyo brillante palmarés amanece con La joia de Valencia (1863) y se cierra con áureo broche en las estrofas de En llahor de la Llengua Valenciana  (1916).

     A la par de su caudalosa obra poética, Pastor se adentró con éxito por los viales del teatro, una de cuyas piezas, La Estrella de la Rábida, fue la escogida para inaugurar el Círculo Católico Obrero de Alicante  el 2 de junio de 1895.

     De indudable filiación romántica, Pastor transfigurábase en fervoroso adalid tan pronto se trataba de salvaguardar la fe católica ante los embates del agnosticismo y ateísmo de su época.

     Cabalmente, el 25 de septiembre de 1888 terminó el prólogo que trazó para su libro Ecos del alma  (Alicante,1890), en el que leemos: “El positivismo, en sus más radicales manifestaciones y detalles, lo ha invadido todo como legamosa marea”.Sin embargo, “podemos sentir como sentían nuestros padres, si no se nos hace cuesta arriba volver la espalda a los ídolos modernos y nos sobran resolución y fuerzas para amar y creer como se creía y amaba en otra edad, si nos importan un bledo las rechiflas  del indiferente y del impío”.

     Pero donde la personalidad de Pastor aparece más comprometida es en su ensayo La novela moderna. Cartas críticas con un epílogo posdata de D. Juan Barcia Caballero  (Alcoy, 1886), donde arremete contra el naturalismo en general y, en particular, contra la novela, eco de un tiempo propio de “los charlatanes, los apóstatas y los doctrinarios”. En ella se muestra “la viva palpitación de las groseras realidades de la vida, el deleite efímero que hace vibrar con sensación eléctrica las fibras todas de la materia, los accesos de calentura con que la bestia humana  manifiesta su hambrienta concupiscencia de goces y de placeres”. No obstante, advierte que no es el naturalismo el virus corrosivo de la sociedad, sino al revés, “encontró a la sociedad enferma, disoluta y pecadora”.

 

 

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