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      EL ESPEJO      


José L. Ferrándiz Sturm


     Cuentan que en la antigüedad

había un espejo en el cual

quien se veía reflejado

estaba siempre bello y guapo.

     No importaba la edad

de las personas,

si eran gruesas o muy delgadas;

quien en él se miraba

de belleza gozaba.

     El espejo se hallaba en palacio

para el goce de los reyes, nobles y

también el de sus lacayos.

     El rey que era bondadoso

lo situó en medio de la plaza

para que quien gustase, se mirara.

     De todos los Reinos venían

pues la noticia se extendía

de boca en boca,

más veloz que una gaviota.

     Acudían enfermos de lepra,

jorobados y mutilados,

y siempre se mostraban

con elegante presencia.

     Y llegó un día

en el que quien se observaba

se veía tal como existía.

     Nadie lo entendía,

así en un instante,

la belleza se perdía.

    

     El rey preocupado llamó a un sabio de Oriente

con la esperanza de recuperar

de nuevo el encanto,

y el sabio llegó a la conclusión

de que alguien lo había hechizado.

     Rápido preparó un brebaje

con el que untó el marco

y pronunció las

 palabras mágicas:

“Zulú Shasha”

“Espejo encantado vuelve a mostrar bella a la gente y te

compensaré haciéndote más grande y brillante”.

    Tras el acontecimiento

todos se querían de nuevo observar,

Pero fue Su Majestad el Rey el primero en probar.

¡Ah! ¡Qué horror! ¡Estoy calvo!

¡Mi barba desapareció y mi corona voló!

     No fue lo único en volar

pues el sabio ya se hallaba

a muchas millas de distancia,

pues desde el principio sabía

que el espejo ya no sería

lo que fue en su día

Es más, sabía que cambiaría

pues era grande el odio

que al rey tenía.

     Regresaba a tierras lejanas

montado en su camello,

con la corona real

como premio.

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