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Gaspar Llorca Sellés

SOLTANDO AMARRAS

     La barca de mi vida cada vez está más dispuesta a multiplicar sus singladuras, ni fondeo ni atracar a puerto alguno, navegar entre las libres olas y sin cuaderno de navegación. En su movimiento, suave y largo, como mar de fondo, veo llegar la hora de partir. Subo a bordo y reviso los cabos que la amarran a tierra. Lo hago todas las noches de luna, por el día soy la barca, quizás la obra muerta, parte de ella, puede que también algo del velamen, si, sobre todo vela, la mayor, el trinquete y la mesana y lo digo porque siempre me ha gustado el viento y las nubes, nubes negras llenas de agua, blancas como algodones, vientos huracanados que me atemorizaban, brisas carnales, que arrancaban de cuajo mis pensamientos y volaban hacia el azul infinito en busca de lo desconocido ¿bueno? ¿malo? no importaba, en donde las gaviotas dibujaban el pentagrama con notas que interpretan ignotos deseos, y los delfines saltando por proa, lo cantaban cuando la mente frasea ideas.

     Esta noche aumenta la esperanza, un cabo que llama por popa, está suelto; con ligereza, lo izo a bordo y al desalmarle arranco su identidad. La sospecha se confirma, es uno de los más recios y gordos, siempre ató con gran seguridad y fuerza, nunca se resquebrajó, principal, dominador, si señor. Lo contemplo con tristeza (¿no debía alegrarme?): Es el Amarre de Eros, vasallo fui desde muy temprano, me ha arrastrado siempre con ímpetu, nublando otros instintos. En constantes repasos desde cubierta, le he notado últimamente algunas hilachas, ni pensar su rotura, era tan alentador transmitiendo aires juveniles que embelesan al viejo ¡pues no! Se acabó.

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     La noche es propicia, ando y me muevo medio inclinado, casi corriendo, de babor a estribor, popa y proa, sacando amarres de todos los tamaños, los alo aprisa sin escudriñar su naturaleza, gran tensión me embarga ¿es de alegría o pesadumbre?, no lo sé. Es la hora de contar y clasificar; hecho esto, paso a tenderlos en un cable extendido entre el puente y el palo, donde hay otros de anteriores recorridos. En días de calma chicha a bordo o sea cuando hay tranquilidad, los estudio y los juzgo, y me pregunto y pienso que todos me sujetaron porque era necesario, brindándome una navegación casi completa por tiempo y un historial, con tachas, pero muy extenso.

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     Encuentro una nueva amarra, la reconozco, hace poco su chicote se aflojó del noray y se ve que el vaivén, como en la vida, la ha arrojado al mar; he empleado el salabre y un gancho. Fue fuerte este amarre, por fin me libré de él, siempre fue dominador y acuciante, lo deseaba y al mismo tiempo lo detestaba, y es ese feroz deseo de posesiones, de bienes, de poder, de dinero; mandar y tener vasallos. Ahora, sea por el sol o por sus entrañas, huele muy mal. Dejémosle que siga pudriéndose.

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     Estoy sacando un verdadero palangre liado y voy reconociendo los sedales por muy enredados que vengan. ¡Hola, Envidia! Mala de siempre. ¡Rencor! ¡vaya par! La Soberbia. El Desprecio. La Calumnia. Otro del que tampoco nunca pude librarme y es Juzgar, ese instinto innato de sentenciar a todo el mundo: malo, bueno, engreído, fariseo, falso, cerdo, ignorante, culpable, reo, buena persona, simpático.

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     Otro amarre que también viene flojo y ¡Dios! ¿éste también?, deseaba que fuese de los últimos: la Amistad, el amor fraternal, al amor a los hombres y animales, a las plantas, a todo ser vivo, a la vida; su soltura me afecta en este momento presente, ahora ya no, el viento arrasa los tiempos, no puedo medirlos, pasado, presente y futuro no existen.

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     Me siento barca ligera, no hay cansancio, no vejez, disminuye la pesadez, mengua el lastre; algo me llama y qué quiero, tendré que esperar.

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     ¿Habrá llegado el momento? Me pregunto. Los cables, las maromas, los cabos, lo que sea, casi todos sueltos y algunos por la borda a la mar. Pocos retienen. Voy por estos más finos, rotos, los atados a  los escalamos, y esos que son de las pequeñas y molestas miserias que como lapas se pegan a ellas como a mi propio casco, haciendo que mis travesías fueran más lentas.

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     Hoy, otro amanecer, sin tiempo, sin recuerdos, miedos ni nostalgias, rebusco y arrojo por la borda cables y más cables que ensucian la cubierta, todos de deshecho; desato los trozos que quedan  y al dejarlos caer al agua veo de lo que eran: odio, fe; aficiones deportivas: caza, pesca, fútbol; deseos; aspiraciones; buenas y malas ideas; de conocimiento y saberes; de ignorancias. Hay tantos que dudo de algunos por desconocerlos. Todo al garete. La proa cabecea y me acerco, busco la cadena del ancla y también está partida, ¿cómo puede ser?, de nada ha servido su solidez, sus grilletes de hierro, ¿también se partió este amarre, el que sustenta el Cariño, el Amor, el Querer?: amor de padre, amor a mi mujer, a mis hijos, a mis padres, familiares y allegados; y amor hasta lo divino, iba a decir hasta Dios. Pero soy una barca o embarcación, salgo a la mar libre de toda atadura a la tierra navego como nunca, me deslizo sobre la superficie, y las nubes, los peces, el sol y el firmamento, me dan la bienvenida.  

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