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DESAVENENCIAS MATRIMONIALES


José Miguel Quiles


     La convivencia no siempre es fácil. Y en el matrimonio, además, convivir es algo contínuo,  noche y día, hasta que la muerte os separe. Hay matrimonios que terminan más o menos bien; otros no, otros duran toda la vida. Cuando en el matrimonio  se producen conflictos, disgustos pasajeros - esas vibraciones negativas entre ambos  que tan vulgarmente la gente llama  “estar de morros” (ridícula palabra) -  se puede dar perfectamente al traste con la felicidad de un cónyuge o de los dos. Y hay realmente casos terribles. “Los morros”, el disgusto casero, son una falta de respeto mutuo propia de un nivel intelectual mediocre y de un carácter pobre. Un orgullo inútil y dañino, que tiene siempre un efecto “boomerang”  y que solo sirve para crear malestar.

 

     Y una curiosidad: decía un escritor, a quien por cierto le fue mal en el matrimonio, “el hombre es superior a la mujer en las guerras, catástrofes,  terremotos… pero en los dramas de alcoba la mujer supera siempre al hombre”.  Una verdad axiomática. No pretendo, ni mucho menos,  ser sexista pero es evidente que de la misma forma que la mujer sabe poner más dulzura y ternura  en una mirada o en una sonrisa, sabe poner también más desprecio y ofensa en la misma expresión del gesto. Los “morros” -¡palabra odiosa! – los sabe manejar mucho mejor la mujer.  El hombre es más temperamental, tiene un “pronto” peor;  la mujer es más ladina, le sabe meter más hiel al asunto. Y desde luego, llegado el caso, sabe manejar mejor  la media distancia.

 

     Esa forma de dejar el plato delante del marido a la hora de comer, ¡clock!,  de un golpe certero y seco, compendio de todo un estado de ánimo, de un malestar interior. Ese desviar la mirada de reina ofendida  cuando te cruzas con ella en el pasillo. Dejar un terreno de nadie en el lecho por la noche. Mirar hacia Pontevedra cuando estáis comiendo juntos. Adueñarse del mando a distancia de la TV. Eso lo maneja con mucha más destreza la mujer. Es cuestión de instinto. En el drama doméstico el hombre  resulta muy torpón,  le falta escuela.

 

     Cuando el matrimonio es joven – y se quieren -  los “morros” se resuelven por la noche. El orgullo  se deshace en testosterona, como la sal de fruta en el agua: “mucho genio tú…” “pues mira que tú…” “ven aquiiii…”  “no me toques…” “pero oyeee…” “quita loco…”, Y al final la “cosa” se pone bien y el “orgullo” se viene a  depositar en su sitio justo.

 

     Lo peor es cuando la testosterona no se rebrinca ya y la edad nos va convirtiendo el vino en vinagre. Entonces la situación  es más amarga. En este caso, los muchos años de matrimonio imponen unos códigos de comportamiento, y los “morros” vienen a ser ya casi de “manual”, siempre iguales: un silencio tenso y angustioso entre dos personas condenadas a convivir. Y hay casos, yo los he conocido, que llegan a un punto cercano a la tragedia. Tengo un amigo al que aprecio como a un hermano, y el suyo es un matrimonio que se quiere a morir, pero por eso mismo se lleva a matar: Me decía mi amigo:

 

-         Y lo malo del caso es que cuando está disgustada… como no me habla ¡como no habla la gilipollas! me hace de cenar berenjenas rebozadas casi todas las noches… ¡lo que  a ella le gusta…!

 

-         ¡Eso puede ser un caso interesante, no creas -le contesto yo, sorprendido y divertido a la vez– desde el punto de vista judicial y hasta psicológico… ¡ ¡violencia de género a base de berenjenas! ¡Algo nuevo!

 

-         Llevan mucho aceite… y yo  tengo colesterol; a mi me va más un filete de emperador, un hervido… algo más suave.

 

-         Pues díselo… tú dile “Rosi, hazme tal cosa…” pero con buenos modos… de buen rollito.  

 

     Entonces mi amigo mira al frente con unos ojos fieros y desafiantes, toda la tragedia doméstica que está viviendo le sobreviene de golpe a la mente y se rebela con furor:

 

-         ¿Yo? ¡¡¡Yo no le hablo!!! ¡Conozco la estrategia! ¡Pone berenjenas rebozadas para que yo le hable y respire por la herida… pero yo, mutis! – (“Como el toro,  me crezco en el castigo”).

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