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Demetrio Mallebrera

NADIE ENTIENDE A NADIE



     Ha pasado por Alicante en febrero del 2008 el doctor Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría y Psicología médica, para dar una animada charla sobre su especialidad, tan candente y demandada en nuestra sociedad en estos tiempos de locura emocional, individual y colectiva, y seguir promocionando su libro, de esperanzador título, “Adiós a la depresión”, que aun saliendo en 2006, como el que dice anteayer, ya va por una nueva edición actualizada y requerida a tenor del tiempo que tuvo que emplear en firmar ejemplares a tan diversas personas. Y es que, dentro de las limitaciones del local donde tuvo lugar el encuentro, fue mucha la gente que acudió a verle (y otro tanto en número que no pudo hacerlo por falta de espacio), pues se trata de un buen mozo todavía, bien plantado y elegante, con quien da gusto pasar una hora o dos escuchándole con tanto conocimiento de lo suyo y tanta amenidad. Una de las primeras afirmaciones que dejó caer es que a estas alturas de la película el psiquiatra ya se ha convertido en médico de cabecera y casi en confesor, aunque no esté previsto añadirlo en un nuevo plan de estudios de la carrera porque esa sería, sin duda, otra especialidad.

 

     La primera aclaración del libro y del discurso de Enrique Rojas es afirmar que la depresión es la enfermedad de la tristeza, cosa que yo interpreto en el sentido de que cuando entran en nuestro interior una serie de sentimientos negativos resulta que parece que se extiendan como un virus y aumenten sus efectos nocivos hasta llevarnos al abandono de nosotros mismos en lo físico y en lo espiritual por el agobio que nos producen los desengaños y desencantos, las penas y las desilusiones, las faltas de valor y de fuerzas para hacer frente a los problemas personales (propios o de las personas cercanas), el sentirlos como una losa que nos atropella, nos hunde y nos asfixia. Hay gente que no cree que la depresión sea una enfermedad sino “otra cosa”. El desconocimiento de ello o la falta de información es una ignorancia impropia de los tiempos que corren. Por otro lado, muchas depresiones transcurren sin ser diagnosticadas y, por lo tanto, sin ser tratadas, incluso existen personajes que no quieren reconocer ni que tengan síntomas ni que eso sea achaque o afección, bien por un mal entendido prurito social, por vergüenza o por bravuconería. Pero, cuidado, en esos primeros párrafos, el autor dice claramente que la depresión es algo más que entrar en diversos terrenos médicos, de comportamiento social y conducta afectiva, porque es una enfermedad del espíritu. 

     Y es ahora cuando ya podemos centrar el enfoque, porque Rojas dijo rotundamente que la felicidad no depende de la realidad sino de la interpretación que se tiene de la realidad, con lo que queda claro que la depresión y sus causas no pueden ser cosas que puedan objetivarse sino que son síntomas, signos, incluso manifestaciones de una personalidad única. Sólo el enfermo sabe lo que le pasa y que no se encuentra bien. Tiene un estado de ánimo descendido y no tiene fuerzas para mover un dedo ni pensar en nada (y, a veces, más vale que no piense lo que piensa). Rojas lo dice textualmente así: “Afecta a lo más profundo del ser humano y cada uno guarda en su seno un estilo propio e irrepetible cuyas características se manifiestan tanto en su personalidad como en los trastornos que sufre”. Yo, que he observado a afectados, puedo decirlo también muy claro: nadie entiende a nadie. Mientras el desarreglo puede conformar un prototipo en lo físico, en lo psíquico es prácticamente imposible. Cada uno es como es. Por eso podemos decir que ya hemos encontrado, o estamos en ello, el modo de decirle adiós a la depresión porque tenemos fármacos, pero lo demás hay que verlo con psiquiatras y psicólogos, sus terapias y su profesionalidad. El libro de Rojas tiene un segundo título: En busca de la felicidad razonable. No nos cabe duda: La felicidad de cada uno.

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