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Mª Teresa Ibañez

    LUNA LUNERA   


     Fui a cerrar las rejas de las puertas de la terraza un poco más tarde que de costumbre. La noche era tibia, y salí y me apoyé en la baranda un ratito. La luna estaba preciosa y me atraía como un caramelo gordo y envuelto en un bonito papel atrae a un niño goloso. Las ranas croaban en algún estanque cercano intuyendo el buen tiempo, y las copas de los pinos se recostaban nítidamente en el cielo oscuro y a la vez luminoso, de un color indefinido.

 

     Qué hermosa estaba la luna, redonda, blanca, anacarada, parecía una gran perla suspendida en el cielo. Siempre mirando a la tierra como si estuviera enamorada de ella o nos vigilara, pues nunca nos da la espalda, nunca nos enseña su cara oculta. Las dos se atraen mutuamente; dicen que si en la luna hubiese mar, sus mareas serían enormes por la fuerza que la tierra ejerce sobre ella. Qué desilusión para los románticos y poetas que siempre les ha inspirado, verla hollada por el hombre, oscura, toda cráteres y cenizas… Es más bonita verla desde aquí: curvada y delgada como una guadaña, blanca y redonda como una farola, o saliendo del mar, grande y anaranjada como una enorme moneda de oro.

 

     Yo tenía una amiga, maestra, que decía (cuando todos hablaban de aquella gran aventura) que ella no creía que fuese verdad, y que más bien le parecía un montaje de los americanos. Yo me extrañaba de que una chica que no era tonta dijese eso. Sin embargo, hace algunos años hubo gente que repetía lo mismo, aunque pronto se apagó ese rumor porque ¿de qué no será capaz el hombre?

 

     Para los niños suele ser un misterio: unas veces está, otras no, unas veces es grande, otras es solo un trocito…

 

     Mi madre nos contaba que siendo ella pequeña vino al pueblo una familia de Cuba. Seguramente algún antepasado de ellos, de Ayora, se habría ido antes allí. Tenían una niña de unos seis años y mirando a la luna decía, con esa forma de hablar que tienen los cubanos tan dulce y pausada, “mira, mamá, esta luna es igual que la de Cuba”.

 

     Era natural que le extrañara después de hacer un viaje tan largo en barco, tren, y qué sé yo cómo podía pensar que era la misma luna que había dejado tan lejos.

 

     Me quedé un ratito mirándola; cuántos ojos se encontrarán en ella. Y cuántas cosas habrá visto desde su altura, no solo escenas románticas, sino de todas clases, más malas que buenas.

 

     No sé como no le pide a la Tierra que la desamarre de la fuerza que ejerce sobre ella y se va en busca de otros mundos mejores.

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