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Antonio Aura Ivorra

   EL NÚMERO CIEN  


Este Macondo, república literaria de papel, que empezó quimérico y que hoy acoge a toda una gran familia que custodia la herencia común, ya ha crecido. Vio la luz con las dificultades propias de un parto, y creció con infancia escasa de vitaminas y alguna que otra carencia en ocasiones, pero con voluntad de vivir. Y con los cien números alcanzados hasta ahora ya no puede dudarse de su vitalidad, de su vigor, que acredita mes a mes.

 

Sin vestirse de oropeles se mantiene con la dignidad de la elaboración artesanal, y por lo tanto rigurosamente particularizada. Nada es estándar: cada colaboración está pensada y realizada para el Boletín; revisada y montada en la revista, y con pruebas de composición –las galeradas- analizadas. Con esos anhelos de perfección poco margen les queda a los duendes de la imprenta, que sin duda los hay, y siempre de difícil extermino.

 

Luís Mateo Diez, académico de la Real Academia Española de la Lengua, afirma que “con la lengua nos comunicamos y entendemos pero, sobre todo, inventamos el mundo”. Si el Boletín nos brinda generosamente sus páginas para expresar cuanto sentimos o deseamos, no hay otra palabra mejor que GRATITUD para manifestar nuestro reconocimiento a cuantos colaboran, a cuantos lo organizan desde la portada hasta la última página, desde su número 0 hasta hoy, y a todos cuantos lo leemos en un sano ejercicio de descubrir, de entender y, si don Luís Mateo Diez está en lo cierto, de inventar el mundo.

 

Felicitémonos, pues, por la redondez de este número 100, con el deseo de muy larga vida para la memoria de cuantos estuvieron y para la oportunidad de expresión de cuantos llegarán.

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