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DEL AMOR AL ODIO HAY
MÁS DE UN PASO, CREO YO


Matías Mengual 


     No lo sabrías, seguro; pero, si fue tu ego el que entonces soltó el te quiero, en realidad, venía a decirle a tu amor quiero tenerte; porque lo que el ego llama amor es sentido de posesión y apego adictivo, que puede transformarse en odio en un segundo. Esta locución en cursivas me ha parecido con probabilidades  muy  admisibles de darse, y su lectura ha despertado evidentemente mi curiosidad, hasta el punto de propiciar el análisis de una posible disyuntiva. Claro que, con la cantidad de rostros que tiene el amor, nos podríamos desviar del tema. Quede, pues, claro que el tipo de amor que nos ocupa está en consonancia con deseo sexual, deseo de unión, de posesión física, psicológica o personal; y que no nos referimos por lo tanto a otras acepciones como el deseo de compañía; deseo de cuidar; de promover el bien, como el que describe Mallebrera Verdú en su magnífico artículo “Controlando el Dolor”, (Boletín núm. 100)

 

     Después de tantos años, inquirir ahora la calidad de nuestra lejana declaración de amor no tiene mayor importancia que la que queramos darle. Ocurre que, con preferencia, encuentro en mis lecturas alivio a la natural inquietud que siento cuando, a mitad de mes, aún no he dado con un tema para el Boletín con el que cubrir mi compromiso. Sabemos que el hecho de pensar ocurre; que nuestra cabeza está siempre llena de pensamientos. Lo raro es ponerte a pensar en lo que has decidido que debes pensar; como en este caso, que es un aspecto nuevo de lo leído que me incita a la introversión.

 

     Suponiendo, pues, que fuese mi ego el que se declarara por mí, tal como contempla Eckhart Tolle en su libro “Un nuevo mundo, ahora”, mi ego habría actuado sin que yo conociese lo que astutamente procurara él mismo, entre otras razones, porque, en aquel entonces, yo no había leído nada de este señor, desconociendo, por ende, la naturaleza o condición de mi ego. En cambio, no se me olvida el sentimiento profundo que sentía, que ahora recreo por encima de otros detalles. Pero, como hoy en día ya he leído a Tolle, estoy convencido de que el que hablara en aquel entonces fuera mi ego, porque la aparición de aquella joven despertó en mí un sentimiento de agrado, interés, armonía, deleite, que se continuó con un movimiento de atracción y deseo. Por eso, desde la perspectiva actual, no puedo menos que estimar el favor del ego por los esfuerzos que haría el pobre para presentarme atractivo ante los ojos de la joven.

 

     Aceptada, pues, tal probabilidad, mi mente, condicionada por el pasado, me obliga a volver a representarme lo ocurrido una y otra vez para rememorar el momento de mi declaración de amor. Pero nanay; no he percibido lo que buscaba. Recuerdo la emoción sentida, mi reacción corporal, eso sí, pero del posible protagonismo de mi ego, nada. Y, puesto que el ego no es solo la mente no observada, la voz que hay dentro de la cabeza y pretende ser tú, sino también las emociones no observadas que son la reacción del cuerpo a lo que dice esa voz de la cabeza, con el paso del tiempo, aquellos sentimientos de posesión y de apego adictivo propios del ego se esfumaron. Actualmente, mis pensamientos no abrigan temores, las emociones son distintas, no las genera el ego, y más que emociones parecen estados profundos del Ser.

 

     Asegura Tolle que las emociones positivas generadas por el ego contienen ya sus contrarias, en las que pueden transformarse rápidamente. Tales emociones proceden de la identificación de la mente con factores externos que son todos inestables y pueden cambiar en cualquier momento. Igual que el elogio y el reconocimiento te hacen sentirte vivo y feliz un día, puedes ser criticado o no reconocido y sentirte rechazado y desdichado al día siguiente. Y el ego lo sabe, y busca su salvación, pues de eso vive, pero tú, que ya le comprendes, estás al tanto de cuánto le inquieta no poder salirse con la suya y cuándo intenta envanecerte. Y, a partir de ese momento, cuando su astucia ya no te pasa desapercibida, la expectación ante un suceso venidero carece de la sobrevaloración del futuro que él mismo, tu ego, solía venderte como perspicacia, y la emoción amorosa no tiene por qué transformarse fácilmente en su contraria, frustración o decepción u odio

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