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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazón abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

CONCIENCIA, SENTIMIENTO Y CORAZÓN

 

     Debo partir de planteamientos que afectan al interior de las personas, y que se manifiestan de formas muy distintas según cada forma de ser, en primerísimo lugar (cada uno es como es y a veces parece que no influye en ello ni la propia voluntad ni su libertad personal), y después, en la educación recibida y en los afectos y circunstancias emotivas que le rodean. Hablamos, pues, de la personalidad de uno como un conjunto de singularidades que vienen de lo que nos han inculcado en nuestro periodo formativo (en casa y en el colegio), de las circunstancias buenas o malas que hayamos vivido, pero también de “algo” que desconocemos y que muchos dicen que son cualidades muy particulares: dones, carismas, gracias, utilizando palabras del lenguaje y cultura católicos, tan ricos, que nos caracterizan desde siglos perdidos en la historia, y que otros denominarán de otra manera para evitarlos. Lo más precioso que le ocurre a nuestra sociedad es que nadie es igual a otro, por mucho que se parezcan. También hay que decir desde el principio, que tanto conciencia como sentimiento (más el segundo que el primero) pueden estar muy alejados de la faceta intelectual que nos diferencia y nos distingue a los humanos de los demás seres de la creación (o de la naturaleza), y, por tanto hay actuaciones nuestras que no entendemos, o lo hacemos a toro pasado.

 

     Me gustaría matizar de salida que para mucha gente, pero no toda, la conciencia ocupa en nuestra vida el lugar de la vida espiritual, en donde se aloja la religión que profesamos y, de algún modo, donde se cobija el mismo Dios en el que creemos, incluso esto es tanto así, que en la expresión coloquial “me lo dicta la conciencia” queremos decir que es la voz de Dios que resuena en nuestro interior y que nos dicta o que debemos de hacer a la hora de tomar una decisión. Y el sentimiento ya es otra cosa que normalmente va muy unida a la conciencia, pero que se ve alterada por estados de ánimo que unas veces controlamos y otras veces no. Cuando la admirada franco-colombiana, merecedora del premio Príncipe de Asturias a la Concordia, Ingrid Betancourt, se interrumpía con sollozos de emoción en su discurso de agradecimiento, ella misma decía que la perdonaran porque no podía controlar sus sentimientos, es decir, porque una especie de congoja le impedía seguir hablando y dirigiendo, incluso, sus propios pensamientos. La forma de manifestarse una persona tan valiente y tan culta como ella, al hablar de “controlar”, nos da a entender claramente que hay unas técnicas que, siempre muy bien aplicadas y ejercitadas con entrenamiento y perseverancia, nos pueden salvar de situaciones verdaderamente comprometidas y hasta vitales en extremo. Este es el maravilloso campo de la psicología, destinado a tener mucho que decir y hacer en esta sociedad convulsa. Pero no se olvide, amigo lector, que la conciencia también hay que ejercitarla, recordando normas aprendidas, llevando una vida interior con una buena dirección espiritual. 

     Espero haber sido claro hasta aquí. Porque, por en medio, como el loco del pueblo que no molesta a nadie metiéndose en todos los fregaos, está el corazón. Es el corazón el que se manifiesta, el que se duele, el que habla, el que se inclina, el que sufre, el que llora, el que ríe, el que “se vuelca”… Añada usted la relación de expresiones en las que sale la palabra corazón (y no la completará, se lo aseguro de antemano) porque son fruto de nuestra cultura cristiana en la que el corazón es el potencial del ser entero, con su cuerpo y con su alma. A veces, el corazón está banalizado. No tardaremos nada en escuchar por teléfono: “¡Oye, corazón mío!, ¿no me comprarías tú un seguro de la CAM al módico precio de equis?”. Cuando uno siente un revés o lleva cierto desespero, se le nota que lleva el corazón en la boca y al que va con la verdad por delante y se le tiene en cierta consideración dicen de él que tiene un “buen corazón”, que es una mezcla de estupenda conciencia y mejor sentimiento. Es que, sintiéndolo mucho, no podemos vivir sin corazón

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