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Manuel Gisbert Orozco

 

LA MEMORIA HISTÓRICA

(por Manuel Gisbert Orozco)

 

     Cuando Zapatero nos anunció su intención de rememorar la memoria histórica, yo me alegré. Por fin Felipe V ocuparía el lugar que le corresponde en esta santa Comunidad y dejaría, su retrato, de estar colgado cabeza abajo en el museo de Játiva, rebautizada por él como Puebla nueva de San Felipe. Igual también los Reyes  Católicos se convertirían en santos y pasarían a ser San Fernando y Santa Isabel, subsanando así mi metedura de pata en mi primer examen de Educación para la Ciudadanía de hace más de cincuenta años y que entonces se llamaba Formación del Espíritu Nacional. El suspenso que me endosó aquel jerifalte del régimen reciclado a profesor de instituto, no lo olvidaré jamás.

 

     Ahora todas mis ilusiones se han desvanecido al comprobar que la tan cacareada rememoración se limita a eliminar los símbolos del franquismo y desenterrar a los muertos. Menos mal que el asunto no va contra los romanos pues el acueducto de Segovia podría correr peligro.

 

Retrato de Felipe V tal y como se encuentra en el museo de Játiva     Por suerte yo no viví la guerra civil. Pertenezco a esa generación nacida entre los años 1940-42 a la que autodenominábamos “polvos de guerra” ya que tuvimos que esperar a que nuestros padres regresasen del frente o del campo de concentración para iniciar nuestro periplo por esta vida.

 

     Mi padre luchó, es un decir, en el bando republicano porque la guerra le cogió viviendo en Alcoy; si hubiese vivido en Burgos, pongo por ejemplo, otro gallo le hubiese cantado. Tuvo la suerte de no ir destinado a Cerro Muriano, de donde no regresó ninguno, y sí ir a Mora de Toledo, en donde se pasaron la guerra padre sin disparar un solo tiro, y regresaron los que quisieron. Eso no le libró, al regresar a Alcoy, de tener que demostrar su limpieza de sangre y no precisamente por ser cristiano viejo, sino la de no haberse cargado a ninguno del bando contrario. La presencia de un vecino en el Tribunal, Jefe Local de un partido monárquico en el que también militaba el abuelo de un ilustre historiador alcoyano, le privó de males peores.

 

     Peor suerte corrieron los tres hermanos de mi suegra que desaparecieron durante la guerra. Uno volvió en 1976 con esposa y pasaporte británico después de comprobar una y cien veces que Franco no podía mover la losa de mil kilos que cubre su tumba: huido a Francia se alistó en la Legión extranjera para sobrevivir, desembarcó en Noruega con los aliados, y, tras comprobar que los franceses solo querían a los españoles como carne de cañón, aprovechó la retirada a Inglaterra para desertar y pasarse al ejército británico, ganándose la ciudadanía al final de la guerra. La última vez que vio a sus hermanos fue durante la batalla del Ebro e ignoraba si habían huido como él o se habían quedado para siempre. El otro día me impactaron unas imágenes  televisivas  en las que aparecían una multitud de huesos y cráneos humanos esparcidos en un monte boscoso perteneciente a una aldea de Teruel en donde se desarrolló la celebre batalla.

 

     Ahora todo el mundo parece querer desenterrar a los muertos con la vana esperanza de localizar a sus seres queridos. Otros permanecen todavía, después de 70 años, cara al sol o de espaldas según al bando que pertenecían, esperando un alma caritativa que los entierre aunque solo sea para librarse de las patadas de los chiquillos que corretean por el bosque buscando setas o caracoles. Hasta en esto hay muertos de primera y de segunda. Y por último, quién me asegura que uno de esos cráneos que vi en la tele no era de uno de mis tíos.

 

    Para identificar los 154 cadáveres del reciente accidente aéreo se necesitaron 15 días y 50 forenses, a pesar de que se conocía el nombre y apellidos de los fallecidos y contaron con la presencia de familiares para contrastar el ADN. Desenterrar los muertos no es todo, después hay que identificarlos, y cada cuerpo humano consta de 206 huesos, dientes aparte. Si esperan inhumar cien mil cadáveres ¿alguien ha calculado el coste de la operación y quién pagará los gastos? El estado, que es el único candidato, está en quiebra técnica después de desembolsar los 400 euros que todavía nos están pagando, y creo que Solbes no estará por la labor. Todo ello para que al final a alguno le den gato por liebre, como pasó con los del Yak-42.

 

     Mejor dejarlo todo como está y que los muertos descansen en paz, una paz que por desgracia no tuvieron en vida.

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