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Manuel Sánchez Monllor

Cuentos del medio rural

LES SALIERON PUTAS
(por Manuel Sánchez Monllor)


     A Bertoldo y Mariana las tres hijas les salieron putas. Nunca supieron por qué se les fueron, una a una, a buscarse la vida a aquel conocido piso de la capital. Es cierto que a las chicas nunca les gustó nada del pueblo: ni la escuela, ni las procesiones, ni la siega, nada... Hubo una excepción, a las tres les gustó Marcelo que so pretexto de ayudar a la familia se las arregló para abrirles camino.

 

     Bertoldo no hablaba de sus chicas que al parecer vivían bien. A quienes maliciosamente le preguntaban por la familia solía contestar –Mi mujer está muy bien-. De las hijas no decía nada... Pocas noticias hubo en años, excepto una que sí llenó de gozo a Bertoldo y a su mujer: eran abuelos de una preciosa niña que se llamaba Esperanza.

 

     Se esforzaban en pasar desapercibidos, pero esto era innecesario porque en el pueblo no se contaba con el matrimonio para nada. Ningún socio del casino quería jugar partidas de dominó con él como pareja; en el hogar del jubilado no se les invitaba a la comida anual de los pensionistas; cuando iban a misa tenían que llevar sillas porque los vecinos, al verlos, se desplazaban para que no quedasen huecos en los bancos del templo. Se ofrecieron para ayudar en el Centro de la tercera edad pero no les contestaron. Mariana estaba acostumbrada y resignada, él no.  Cuando el párroco hablaba de la caridad cristiana, de los hermanos en la tierra, de los humildes, de querer al prójimo como a uno mismo, Bertoldo miraba las caras de los próximos a él, pero éstos, atildados con sus ropas domingueras, parecían ajenos a aquellos archisabidos sermones.

 

* * *

 

     Tras una larga historia de pobreza el pueblo alcanzaba una gran pujanza. El Gobierno Central y el autonómico lo favorecerían. Sus habitantes se vieron sorprendidos por el inusitado interés que la Subsecretaria del Ministerio de Desarrollo Autonómico mostraba desde hacía varios años. Primero fueron escuelas nuevas, después un moderno centro de salud, el centro cultural y deportivo, y ahora el puente.

 

     La Subsecretaria, que lo impulsaba todo, era objeto de frecuentes y elogiosos titulares en la prensa nacional. Se declaraba descendiente de gentes humildes, esforzadas y nobles de un rincón de la España profunda, y en su ideario político figuraba de forma prioritaria excluir la marginación impulsando el desarrollo de los pueblos. Se hablaba de ella insistentemente para una cartera ministerial.

 

     El mismo día en que se esperaba con gran expectación la llegada de autoridades para inaugurar el puente grande del río, y por vez primera después de muchos años, con gran sorpresa de las gentes del pueblo, llegó, muy elegante y en un magnífico coche, la segunda de las chicas de Bertoldo -Marianela-, la más guapa de las tres. Bertoldo, al saberlo dudó si aquello era bueno o malo. Consultó a su mujer: -Si la chica viene no la vas a tirar-. Marianela ya no era tan chica y no fue a casa de sus padres.

 

     La plaza del Ayuntamiento lucía engalanada con las más preciadas colgaduras; las campanas volteaban dando su vibrante y jubilosa bienvenida a las autoridades y a los hijos del pueblo ausentes que habían llegado para la ocasión y se agolpaban con el vecindario. Marianela se unió al séquito ministerial dirigiéndose al Ayuntamiento en el que la Subsecretaria iba a pronunciar un discurso y ocupó un lugar preferente en el balcón del Consistorio, junto a la Alcaldesa y la Subsecretaria del Ministerio. Todos dijeron que era muy guapa. ¡Parecía mentira!, ¡Quién lo hubiera imaginado!

 

     Antes de que comenzasen los discursos no se hablaba de otra cosa; lo del puente ya se sabía pero la verdadera novedad era Marianela, ¡Después de tantos años!, ¡y de que manera! Muchos que hacía tiempo que ignoraban a Bertoldo, al verle le saludaban efusivamente: ¿Qué, todo bien?

 

* * *

 

     La Subsecretaria, tras la intervención de la Alcaldesa, se dirigió a los congregados: “...Llamo a todos los vecinos de este pueblo a que proyectéis vuestras vidas en favor de los demás; con vuestro esfuerzo, y contando siempre con la ayuda de nuestro gobierno, se desterrarán los caminos que antaño hacían perder la dignidad y la vida. También os llamo a que viváis todos en libertad, progreso y concordia. Y llevada a cabo la misión que me trajo aquí, quiero deciros que hoy cumplo un propósito mantenido y guardado durante años en mi corazón: Soy descendiente de este pueblo: mis abuelos y mi madre –que veis junto a mi- vivieron aquí. No pude conocer y disfrutar del cariño de mis abuelos; sé que trabajaron penosamente durante muchos años llevando gentes, ganado y carruajes de un lado a otro del río con la gran barcaza, la que con este puente que inauguramos hoy queda desterrada para siempre. Puede que muchos les conocierais cuando aún vivían: Se llamaron Bertoldo y Mariana. El recuerdo de aquellos seres que no conocí me han movido a estar hoy presente y mencionarles como homenaje a todas las gentes dignas y humildes que en tantos pueblos vivieron ignoradas durante décadas”.

 

     El llanto corrió por los rostros de Bertoldo y Mariana. Se les oyó un tenue gemido: ¡Hija mía!... Los vecinos asombrados y avergonzados se miraron entre si. La alcaldesa intervino de nuevo para agradecer en nombre del pueblo lo mucho que en él habían hecho, y para pedir a los vecinos un cálido y gran aplauso para Doña Esperanza, la subsecretaria, a la que –dijo- propondría en el primer pleno como hija adoptiva, y otro aplauso no menos efusivo para sus ancianos y muy queridos abuelos, a los que todos los presentes supieron dónde podían hallar con la mirada: detrás de la última fila...

 

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