No seas incrédulo
sino fiel, me dijiste,
y aunque apenas te miraba
todo mi ser palpitaba
pues era inútil mentirte.
Presentí que sonreías
con esa sonrisa dulce
del que comprende y perdona,
nunca al amigo abandona
y a todas horas le insiste.
Sé que me llamabas.
¡ Ven !, me decías,
mas yo siempre me escondía
esperando que olvidaras,
temiendo por si lo hacías.
Así una vez y otra,
siempre en mi vida
fui huyendo de tu amor
que, siempre presto,
de corazón me ofrecías.
Me resistí, no se cuanto,
hasta que un día a tu puerta,
hincándome de rodillas
con el alma destrozada,
supliqué tu respuesta.
Al mirar vi tu rostro
surcado por una lágrima
mas, abriéndome tus brazos
olvidaste mis rechazos